Pasajero Martes, 12 febrero 2019

Recomendación de la semana: Mira por dónde, de Fernando Savater

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Fernando Savater (San Sebastián, 1947). Imagen tomada de El Universal

Cuenta Fernando Savater que, cuando el Alzheimer de su mamá se agravó, empezó a preocuparle que él ya solo pudiera recordarla así: enferma, débil, perdida. Por eso, le escribió una larga carta, imaginaria e inútil porque ella no podría leerla, y sin embargo necesaria para dejar testimonio de la mujer que había sido.

Leí esa carta hace muchos años, en uno de los primeros números de la revista Etiqueta Negra (y la encontré hace poco en este link de la revista Soho. Es una pena que no se hayan preocupado siquiera por darle el formato adecuado). Desde entonces, quise leer el libro del que formaba parte: Mira por dónde. Autobiografía razonada, publicado por Taurus en 2003.

Se trata de unas memorias tempranas, que Savater publicó a los 55 años. Él mismo dice que escribió el resto del libro solo para “darle contexto” a esa carta dirigida imaginariamente a su madre.

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Primera edición en Debolsillo de Mira por dónde.

En una de las mejores conversaciones que he visto nunca, la profesora Remedios Ávila entrevista a Fernando Savater para el ciclo de conferencias “El intelectual y su memoria” (en el que también participan escritores como Juan José Arreola, José Saramago y Alfredo Bryce Echenique). La entrevista gira en torno precisamente a este libro, Mira por dónde. Les dejo el video:

En la entrevista, Savater se extiende sobre varios episodios de su biografía: la maravillosa infancia (de allí tomo el brutal epígrafe de Ramón Eder: “Haber tenido una infancia feliz es un serio obstáculo para el resto de la vida. Solo se puede ir a peor”), el fin de la dictadura franquista, sus inicios como escritor y como profesor universitario, su enfrentamiento al terrorismo de ETA (que lo obligó a vivir diez años protegido por guardaespaldas), etcétera.

A continuación, transcribo algunos fragmentos de sus memorias, que funcionan como reflexiones independientes. Espero que sirvan de estímulo para acercarse a la obra de Savater. Y si no, qué importa: seguiré compartiendo fragmentos de sus libros, así como videos de sus clases y conferencias, hasta que alguno enganche. Cuando encuentras a un profesor como él, con las tres o cuatro cualidades indiscutibles de escribir en fácil (y con gracia) lo que todo el mundo se esfuerza por hacer borroso, de decir lo que piensa y hacer lo que dice, y finalmente de amar a las bestias y a las personas con un amor desmedido y generoso, pues no queda más remedio que seguir hablando de él, siempre que se pueda, porque estás seguro de que alguien más necesita encontrarlo.

-Tomo las citas de la primera edición de Mira por dónde. Autobiografía razonada publicada por Debolsillo (2015).

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Fernando Savater cuando niño, leyendo un tebeo.

Soldado y guerrero

Siempre he funcionado mal como soldado pero bien como guerrero, porque el soldado quiere vencer mientras el guerrero lo que pretende es seguir luchando. De ahí que toda mi vida yo haya sido, sin contradicción infranqueable, antimilitarista convencido y belicoso de corazón.

Sobre la desconfianza en la masa

Ningún individuo sabría ser tan cruel y tan imbécil por sí solo como llega a serlo cuando recibe la patente de corso del enjambre. Masa es cuando los humanos se juntan para hipotecar sus cerebros individuales en un ganglio común agresivo, compuesto de mierda más o menos pura. Y esa ameba hedionda se ceba con repulsiva alacridad en la debilidad del supuestamente “raro”, del considerado diferente por capricho o por decreto, del semejante condenado a ser “extraño” tras haber pecado mortalmente contra la rutina o la mediocridad… La masa no tiene enemigos sino que elige presas. Y dentro de ella sus peores corpúsculos son los menos activos, los que la adoptan como refugio sin sentir su arrebato, los que viajan como polizones en la nave de los locos suspirando ante sus atropellos y haciendo melindres pero sacando provecho de la protección mafiosa.

Contra la imposición de la masa

Detesto por encima de todo a los que abusan del rarito o del disidente sin más justificación que la superioridad de su fuerza o de su número. Desconfío de todos los colectivos masificados, de los entusiasmos gremiales, de las identidades homogéneas, de cuantos se sienten exaltados en el grupo porque se parecen a los demás: yo nunca me he parecido a ellos ni quiero parecerme. En su espléndida autobiografía, Bertrand Russell cuenta que siendo niño su abuela le regaló una biblia en la que había subrayado el precepto: “No seguirás a la multitud para hacer el mal”. Es una norma adecuada pero que me parece redundante porque ¿qué otra razón vas a tener para seguir a la multitud, sino hacer el mal? Quiero morir gorila, solitario en lo más alto, luchando y perdiendo sin dejar de amar desesperadamente: como King Kong.

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Savater en el estudio de su casa en San Sebastián, en el País Vasco

Papá enseña a tener esperanza

Pero espero sin cesar el advenimiento redentor de la maravilla y papá fue mi primer cómplice, quizá el culpable de esta absurda enfermedad de la esperanza en lo que dentro de un instante llamará a la puerta o encontraré a la vuelta de la esquina. Me compraba mis cromos favoritos, pero no me los daba sencillamente, como mi madre o mi abuelo. Al contrario, iba ilusionado a pedírselos, me aseguraba que le habían olvidado pero que –quién sabe, quién puede nunca saber…- intentase buscar por su despacho. Aprendí dónde, en el hueco para las piernas de su macizo escritorio, sobrecargado de papeles urgentes y anuarios de referencia. Gateaba en esa caverna de caoba y encontraba un montoncito de sobres, con los cromos anhelados. Mi padre parecía asombrarse del hallazgo tanto como yo y compartía con él mi sorpresa. Es él quien tiene la culpa de que aún se me acelere el pulso cuando encuentro que en una habitación de hotel, durante la noche, alguien me ha pasado bajo la puerta el periódico del nuevo día o una carta. ¡Llega lo inesperado que siempre espero, el insólito y requerido milagro! Lo trivial se engalana con el resplandor de la promesa realizada. Lo que en el niño fue inocente picardía, en el adulto se ha convertido en patética estulticia, pero de las que ayudan a ir tirando enmascarando la esterilidad de la rutina, sin conocer nunca del todo la faz de la amargura. ¿Se puede ser más tonto que yo? ¿Más desastrado?

La cárcel

Una mañana se me acercó uno, de unos dieciséis o diecisiete años: escuchimizado, con una bufandilla raída al cuello y ojeras viciosas en su carita agraciada. Había sustraído una moto para dar una vuelta con la novia cerca de la plaza de las Ventas y luego, imprudentemente, volvió a devolverla al mismo sitio, donde le esperaban el dueño y los guardias. Llevaba meses encerrado, pero ya había aprendido algunas tristes habilidades. Por un precio módico hacía ciertos servicios: me enseñó un papel muy sobado en el que figuraban sus tarifas por chuparla, menearla, etcétera. No, en la cárcel se castiga pero no se reeduca a los adolescentes: más bien se les sella para siempre con la impronta de la marginación y la ilegalidad.

Sobre la moral y sus guardianes

Una de las señales inequívocas de que uno ofrece ya un aspecto irremediablemente senior es que los puritanos comienzan a telefonearme para que confirme sus puntos de vista. La cosa debería quizá divertirme, pero la verdad es que me deprime. Si hay algo que no quisiera parecer nunca es “respetable”, en su acepción habitual que significa “prócer de la arteriosclerosis, estreñido y sermoneador”. Prefiero de largo ser “viejo verde” o aún mejor, viejo verde a ratos, a ratos rojo e incluso ámbar, es decir un viejo-semáforo. Cuando suena el teléfono y una voz respetuosa me tantea: “Usted, como profesor de ética…”, me muerdo la lengua para no recordarle que los profesores de ética rara vez resultamos ejemplo de ella (por lo general somos bígamos o pederastas y robamos cucharillas de plata las pocas veces en que los potentados nos invitan a sus casas a tomar el té), pero sobre todo nunca, absolutamente nunca, debemos ser guardianes de los prejuicios. Hace poco, una señora me contó con cierto reproche que su hija de quince años se había decorado el pelo de una mecha de color malva, para escándalo de la familia y las monjas del colegio; cuando llegaron las regañinas, la chica se defendió con no sé qué cita de mi Ética para Amador. Quedé muy satisfecho de esa atenta lectora porque comprendió que el sentido de la ética es hacer más intenso nuestro proyecto de libertad, no mutilarlo.

Y sigue la consulta: “¿Qué opina del uso de drogas entre los jóvenes; o de que se emborrachen los fines de semana en la vía pública?”. Una vez, durante una visita formal a un colega en la Universidad de Kioto, se me preguntó qué sentía yo al ver que ahora los adolescentes se besan y manosean sin recato ante sus mayores, a lo que contesté con absoluta sinceridad: envidia.

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Uno de los epígrafes de Mira por dónde

En la borrachera, la meta es el camino

Y el alcohol, ah, gran cosa el alcohol. […] Sería ingrato no reconocer que me he pasado buena parte de mi vida, y no la peor, bastante borracho. Pero aquí debo hacer una precisión, cuyas implicaciones no pretenden ser morales sino todo lo más higiénicas o incluso estéticas. Muchas veces he llegado a la borrachera como consecuencia final de la grata tarea de beber durante horas, pasando a través de todas las diversas fases de ese proceso de intoxicación o metanoia (según la cursilería de cada cual). Pero nunca he ingurgitado de golpe medio litro de matarratas para quedarme k.o. cuando antes, como ahora me parece que hacen bastantes chicos y chicas (¡qué simpáticos me resultan, a pesar de todo!). Por favor, la meta es el camino y se pierde quien llega demasiado pronto.

Mis gustos de ahora son los mismos que cuando tenía 12 años

Cualquier cosa que hace de veras disfrutar a un chaval de doce años puede hacerme disfrutar del mismo modo a mí: de hecho, la mayoría de lo que me gusta hoy empezó a gustarme más o menos a esa edad, salvo unos cuantos licores y dos o tres lascivias.

Sobre la “mala literatura”

En una palabra, nunca he dejado de disfrutar con las supuestas “malas” novelas por razones que expone muy bien, como siempre, Mario Vargas Llosa: “En la esquizofrénica novelística de nuestro tiempo, se diría que los novelistas se han repartido el trabajo: a los mejores les toca la tarea de crear, renovar, explorar y, a menudo, aburrir; y a los otros —los peores —, mantener vivo el viejo designio del género: hechizar, encantar, entretener”.

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Al final de mi ejemplar de Mira por dónde, anoté las referencias a las páginas donde encontré fragmentos que me gustaron

Elogio de Harry Potter

Las historias de Harry Potter, Ron y Hermione son más decididamente humorísticas que las de los hobbits y los elfos (aunque se van haciendo más dramáticas volumen tras volumen), pero nunca caen en esa grosería superficial que es la mera parodia. Además, Rowling utiliza unos recursos que el erudito y legendario Tolkien jamás manejó: los de la novela policiaca inglesa. Cada uno de los relatos de Harry Potter es también una intriga detectivesca, en miniatura, en la que todos los indicios y advertencias que se van haciendo a lo largo del cuento terminan finalmente encajando en la solución final. El villano de turno, cómplice del oscuro Voldemort, suele ser precisamente el personaje del que menos sospechamos, como el criminal en las novelas policiacas de la escuela clásica inglesa (…)

Pero no puedo acabar esta pequeña reflexión sin mencionar el verdadero acto mágico, el auténtico milagro llevado a cabo por el aprendiz de brujo Harry Potter. En esta sociedad audiovisual en la que, según algunos, los niños y los jóvenes se han olvidado de leer, ha despertado la vieja pasión en miles de neófitos. Lo que no lograron tantos profesores bienintencionados, empeñados en hacer leer a Dostoievski a los adolescentes en la escuela. Ahora chicos y chicas hacen la cola en las librerías esperando que llegue la última entrega de su héroe favorito, para desesperación de Harold Bloom, que prefiere un mundo dividido entre amantes de Shakespeare o Dante y analfabetos funcionales. (…) Aunque los antipopulistas se encorcoren, estoy seguro de que esos niños ya nunca dejarán de leer. Y no solo se contentarán con obras de magia adolescente porque, como me pasó a mí, ese vicio fatal es expansivo y en él se pasa de los hechizos literales a los hechizos de la letra. Seguro que mañana también leerán a Proust o a Vargas Llosa. Aunque nunca olviden, lo deseo y me alegra consignarlo, a Harry Potter.

Otros post de Pasajero que recogen textos de Fernando Savater

Contra las “opiniones respetables”

Sobre la democracia, la justicia y la libertad

Sobre la idealización del pasado

Sobre la “subliteratura”

Sobre cómo se enseña a los niños el gusto por la lectura

Otros libros recogidos en Libros anotados

Poesía reunida, de Blanca Varela

Vladimiro. Vida y tiempo de un corruptor, de Luis Jochamowitz

Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévich

Peregrinos de la lengua, de Alfredo Barnechea

El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince

Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro

Creía que mi padre era Dios, de Paul Auster

Un cuarto propio, de Virginia Woolf