Pasajero Lunes, 9 diciembre 2019

90 años con Ribeyro (y 25 sin él)

Este año, 2019, se conmemoran dos fechas importantes en torno a Julio Ramón Ribeyro. Se cumplen, por un lado, 90 años de su nacimiento (el 31 de agosto de 1929) y, por otro, 25 de su muerte (ocurrida el 4 de diciembre de 1994).

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Fotografía de Vera Lentz

En sus últimos días, Ribeyro estaba ya muy enfermo. Por eso, no pudo viajar a México, donde ese año se le había concedido el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (ahora llamado Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances). Que su agonía le impidiera recibir en persona el reconocimiento literario más importante de su carrera es un contratiempo típicamente ribeyriano: como sus personajes, Ribeyro está marcado por los imprevistos, los accidentes, la mala suerte y todos los otros nombres que le damos al fracaso.

En una de sus Prosas apátridas, la 140, dice Ribeyro:

Nuestra vida depende a veces de detalles insignificantes. Por un desperfecto momentáneo del teléfono no recibimos la llamada que esperábamos, al no recibirla perdemos para siempre el contacto con una persona que nos interesaba, al perderlo nos privamos de una relación capaz de transformarnos, al privarnos de ella desaparece una fuente de gozo, de innovación y de enriquecimiento, al desaparecer clausuramos la única alternativa verdaderamente fecunda que nos ofrecía el mundo, al clausurarse volvemos al punto de partida: la de quien espera la llamada que nunca vendrá.

Los detalles aparentemente inconexos no solo pueden arruinar nuestra vida, sino que de ellos depende también nuestro estado de ánimo. El 22 de julio de 1964, apunta Ribeyro en su diario:

Nuestros estados de ánimo son tan frágiles. Qué poco basta (que se nuble el cielo, que veamos pasar una mujer bonita o simplemente que encendamos un cigarrillo o permitamos aflorar un recuerdo) para pasar del desaliento al optimismo o viceversa. Toda la coloración de la vida cambia. Toda la mañana y gran parte de la tarde estuve mustio, meditabundo, hojeando mi novela, encontrando sólo defectos no sólo en ella sino en mi vida, diciéndome: «Empezó la decrepitud.»

En varios de sus cuentos, Ribeyro realiza el ejercicio inverso al de estas prosas. En vez de encadenar «detalles insignificantes», coloca toda la importancia en un solo hecho (más bien, en la posibilidad de un hecho): la visita del presidente, la posibilidad de hacerse amigo del jefe, etcétera. Los personajes actúan sobre la base de esa posibilidad. Saben que de eso depende la transformación de sus vidas, así que trabajan para conseguirlo, pero, mientras tanto, inevitablemente, se proyectan. Imaginan el dinero, la tranquilidad, el éxito. Una vez que los tiene allí, encaramados en la torre que han construido a partir del hecho posible, Ribeyro retira esa pieza, y nos deja ver cómo se desmorona el castillo de esperanzas de sus personajes. Esto ocurre, por ejemplo, en cuentos como El jefe, La botella de chicha o El banquete.

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Fotografía de Baldomero Pestana

En otros relatos, el fracaso se agrava por el ridículo al que se ven expuestos sus personajes, como sucede en Una aventura nocturna, uno de mis cuentos favoritos. Otro de mis favoritos, Espumante en el sótano, ubica el ridículo en el patetismo de la ceremonia central, que empieza siendo un humilde brindis conmemorativo y se convierte en una macabra celebración de la derrota. Y en otros cuentos, como El profesor suplente, es el temor al ridículo quien dirige la acción de su protagonista, de modo que no hace el ridículo ante los alumnos, pero sí ante los lectores.

Como padre de sus personajes, Ribeyro tiene un humor retorcido: disfruta exponiendo a sus personajes a la ironía, pero sobre todo al patetismo y la ridiculez. En una entrevista a Jorge Coaguila, Ribeyro afirma que

Hay un aspecto de mis cuentos, de mis libros, que es muy poco percibido por los críticos y justamente es el humor. Toda la gente me considera un escritor muy sombrío, muy escéptico, muy trágico, es decir, pesimista, cuando hay, yo creo, cosas muy divertidas. Yo me divierto mucho cuando escribo. 

Debo confesar que ninguno de sus cuentos me pareció «divertido» cuando los leí la primera vez, a los 13 años. Me gustaron casi todos, pero también me resultaron trágicos y sombríos (y supongo que es una opinión más o menos generalizada, lo que explicaría el éxito de Los gallinazos sin plumas como su cuento más famoso aunque, al menos personalmente, no lo incluiría entre los mejores). Sin embargo, con el paso del tiempo, he valorado mejor el humor que encierran algunas tramas, algunos personajes, algunas escenas, como los que ya he mencionado, y creo que son precisamente esos sus mejores cuentos.

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Fotografía de Vera Lentz

La compilación de cuentos de Ribeyro se tituló La palabra del mudo. Y sus diarios se publicaron bajo el nombre general de La tentación del fracaso. Como a él mismo debió resultarle evidente, ambos títulos son intercambiables: La tentación del fracaso describe perfectamente a los personajes de sus cuentos, siempre al borde de la derrota, y por su parte La palabra del mudo es un título exacto para esos diarios en los que este escritor, tímido entre los tímidos, exhibía su intimidad.

El ridículo y el temor al ridículo son problemas centrales para Ribeyro. En sus diarios, abundan las referencias a su timidez, a sus limitaciones para relacionarse con mujeres, y por lo demás, los diarios están plagados de accidentes: cartas que no llegan, visitas no esperadas, planes interrumpidos por la enfermedad, etcétera. En su prosa apátrida 129, dice:

Hay veces en que el itinerario que habitualmente seguimos, sin mayor contratiempo, se puebla de toda clase de obstáculos: un enorme camión nos impide cruzar la pista, un taxi está a punto de atropellarnos, un viejo gordo con bastón y bolsa obstruye toda la vereda, una zanja que el día anterior no estaba allí nos obliga a dar un rodeo, un perro sale de un portal y nos ladra, no encontramos sino luces rojas en los cruces, empieza a llover y no hemos traído paraguas, recordamos haber olvidado en casa la billetera, algún imbécil que no queremos saludar nos aborda, en fin, todos aquellos pequeños accidentes que en el curso de un mes se dan aisladamente, se concentran en un solo viaje, por un desfallecimiento en el mecanismo de las probabilidades, como cuando la ruleta arroja veinte veces seguidas el color negro. Extrapolando esta observación de una jornada a la escala de una vida, es esa falla lo que diferencia la felicidad de la infelicidad. A unos les toca un mal día como a otros una mala vida.

¿A Ribeyro le tocaron malos días o una mala vida? Y, siguiendo su propia lógica, ¿fue feliz o infeliz? Es una pregunta imposible de responder. Más allá de la percepción por momentos trágica que tiene de su propia vida (el 7 de julio de 1974, apunta en su diario: ¿Qué dios maldito se obstina en dirigir sobre mí todas sus flechas, sin errar ninguna?) y del mar de accidentes, condiciones y temores que lo persiguieron siempre (la mala suerte, la enfermedad, la pobreza, los placeres perdidos, la timidez, la inseguridad ante el propio talento, el miedo al fracaso absoluto), sería arbitrario concluir que estos elementos determinaron su infelicidad. De esta sabemos porque Ribeyro la registró en sus cuentos y sus diarios, y la convirtió en motor de su obra. (De alguna forma, pudo sobreponerse a las otras formas de infelicidad, que ni siquiera sirven como impulso creativo porque anulan todo, hasta nuestros deseos de renegar contra ella). En cambio, la felicidad de Ribeyro está apenas documentada, y él mismo explica por qué en una de sus prosas apátridas: “Donde empieza la felicidad, empieza el silencio”.

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Fotografía de Baldomero Pestana

En una encuesta para escritores, donde estos respondían a la pregunta “¿Por qué escribe usted?”, Ribeyro explicó que él lo hacía, entre otras cosas,

Para seguir existiendo, una vez muerto, siquiera bajo la forma de un libro, como una voz que alguien escuchará. En cada lector futuro, renacemos.

Espero que Ribeyro creyera realmente en estas palabras, y que no las dijera solo de forma simbólica. Que creyera realmente que, al ser descubierto por un lector nuevo, su delgada figura se recompondría y volvería a la vida. Renacer es lo mínimo que debería ocurrirle a alguien que, como él, dedicó su vida a multiplicar las vidas de sus lectores.

***

*En este post hemos mencionado algunos cuentos de Ribeyro. El conjunto ha sido publicado en dos tomos por Seix Barral (Planeta). Si quieres leer algunos, puedes revisar esta selección que hice de los cuentos disponibles en Internet. Como no encontré El carrusel, lo transcribí aquí. También puedes escuchar algunos cuentos que están en Youtube (Diego Castillo hizo una selección aquí).

*También hemos citado sus Prosas apátridas (hice una selección de ellas hace algunos años, que puede leerse aquí).

*Los fragmentos de La tentación del fracaso, sus diarios, los he transcrito directamente del libro (publicado en un solo tomo también por Seix Barral), pero he encontrado algunas selecciones aquí y aquí.