Pasajero Martes, 19 marzo 2019

Abuelita y otras abuelas latinas

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Lupita (Justina Machado) y Lydia Riera (Rita Moreno) en una escena de Un día a la vez.

Hace unos días, Netflix decidió cancelar One Day at a Time (Un día a la vez), la serie que narra la historia de una familia latina en Estados Unidos (y aprovecha para tratar, en clave de humor, temas complicados como el racismo, el estrés postraumático, la depresión, la diversidad sexual, la discriminación de género, etcétera). La decisión de no renovar para una cuarta temporada ha motivado varias protestas, que se manifiestan en Twitter bajo el hashtag #SAVEODAAT. Sin embargo, parece improbable que Netflix retroceda en su decisión.

Por eso, supongo que ya se puede rendir homenaje a uno de los personajes más entrañables que ha dado la tele en los últimos años: Lydia Margarita del Carmen Inclán Maribona Leyte-Vidal de Riera. O, simplemente, Abuelita.

Interpretada por la magnífica Rita Moreno (ganadora del Oscar en 1961 por su papel como Anita en West Side Story), Lydia es una cubana que llegó a Estados Unidos huyendo de la Revolución castrista. Allí tuvo y educó a sus dos hijos. En el tiempo de la serie, ya es viuda, y vive con su hija y sus nietos en un pequeño departamento alquilado (su habitación es un espacio separado de la sala por una cortina).

Es imposible ver a Lydia Riera y no pensar en nuestras propias abuelas: encantadora y de una fuerza implacable, a la vez severa y dulce, punto de encuentro con el pasado (familiar, histórico, social), la abuela es el soporte emocional sobre el que se sostiene toda la familia, y es, en simultáneo, el último bastión de una cultura caduca: el machismo, por ejemplo, que no se expresa en apologías de la violencia, sino en los deseos de matrimonio para su hija, en la preferencia al nieto varón, etcétera. Sin ese matiz, Lydia no sería el personaje complejo y maravilloso que es. Es fácil despreciar el machismo cuando lo enuncia un sujeto despreciable; más difícil, en cambio, es enfrentarlo cuando viene amalgamado en la personalidad de alguien que amamos y nos ama, y que quiere honestamente lo mejor para nosotros.

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Lydia debe enfrentar el giro de los tiempos. Su hija es exmilitar y madre divorciada, y su nieta es una adolescente lesbiana y progresista. Y Lydia debe cambiar, es cierto, reeducarse, pero sin nunca reeducarse del todo; en eso también se parece a nuestras abuelitas. Ojalá nosotros estuviéramos también a la altura: en el capítulo Misa, uno de los más bellos de la serie, queda claro que no se trata solo de empujar a los viejos hacia el futuro. Hace falta retroceder con ellos, escuchar su historia, comprenderlos.

Otra particularidad de Lydia es que se trata de una abuela migrante latina, parte de la primera generación de cubanos llegados a Estados Unidos tras la Revolución del 59. Como ella, muchas mujeres en América Latina atravesaron el continente para empezar, en Estados Unidos, una historia distinta para sus familias. He recogido una canción y una novela que cuentan historias de abuelas latinas y nietos nacidos en Estados Unidos. Para ellas, también, va el homenaje.

La Inca

De la novela La maravillosa vida breve de Óscar Wao (2008), del escritor dominicano-norteamericano Junot Díaz

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Portada de la edición de Debolsillo de La maravillosa vida breve de Óscar Wao

Aunque la Inca es un personaje secundario en esta novela, su presencia es fundamental para conectar la historia de los adolescentes Lola y Oscar, nacidos en República Dominicana pero crecidos en Estados Unidos, con la de sus antepasados.

La Inca no es su abuela biológica, pero recogió a la madre de ambos, Belicia, cuando esta era apenas una niña, la salvó de morir, la curó y luego se hizo cargo de ella. Nunca pudo lidiar con el genio furioso de Beli, pero en cambio tiene una relación feliz con sus nietos.

La Inca representa la última relación de estos adolescentes tanto con el mundo religioso de la isla, mezcla de fe católica y creencias prehispánicas ancestrales, como con su historia política: testigo y víctima de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961), ella conoce el origen de la maldición que persigue a la familia.

Abuelita

Del álbum The Big Break, 1971. Escrita e interpretada por Willie Colón y Héctor Lavoe

En 1971, Willie Colón sacó al mercado The Big Break (La gran fuga), su quinto álbum. Desde que apareció en escena con El Malo, a los dieciséis años, Willie había construido para él mismo una narrativa del delincuente: los títulos y portadas de sus álbumes, los temas de sus canciones y la ropa que usaba su orquesta en las presentaciones, todo estaba inspirado por temas delictivos como el robo, la mafia y la cárcel.

Para la tapa de The Big Break, por ejemplo, a Izzy Sanabria se le ocurrió simular un anuncio de búsqueda del FBI. Esa misma ilustración empapeló el barrio latino de Nueva York, como publicidad del disco.

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Portada de The Big Break, La Gran Fuga (1971), quinto disco de Willie Colón

Cuenta Sanabria que algunas amigas de la abuela de Willie, que no hablaban inglés, reconocieron al muchacho de las fotos y tomaron por cierto el cartel de búsqueda, así que fueron a la alertar a doña Antonia de que su nieto era un fugitivo del FBI.

En ese mismo disco, The Big Break, había una canción inspirada en doña Antonia. Willie fue criado por su abuela: su papá entraba y salía de la cárcel, y su mamá era demasiado joven para hacerse cargo. Doña Antonia lo alimentó, lo envió a la escuela, le compró una flauta (los vientos, siempre los vientos), y se lo llevaba a Puerto Rico en las vacaciones para que el chico no se metiera en problemas en ese barrio hostil que era el Bronx de los sesentas. Fue ella quien le enseñó lo poco que sabía de español (ya luego lo perfeccionaría con el compañero jíbaro que tuvo por cantante, Héctor Lavoe).

Abuelita es una canción sobre las lecciones que una abuela transmite a través de los refranes, una especie de sabiduría comprimida en pequeñas sentencias que, por muy graciosas que sonaran, eran útiles para manejarse en la vida. El estribillo inicial dice: “Recordando / a mi abuelita / los refranes que ella decía / me hacían reír. / Y ahora / soy yo quien los dice: / escucha, que tú también los vas a decir”.

Entre los refranes que recoge la canción destaca el primero: “Palo que nace doblao, jamás su tronco endereza”, que es el mismo que veinte años después usará Willie Colón para explicarle a Andrés la transformación de Simón, su hijo, en El gran varón. Tal cual: “Escucha, que tú también los vas a decir”.