Pasajero Sábado, 15 julio 2017

En defensa de Sansa Stark

*El post contiene spoilers de Juego de Tronos hasta la última temporada.

Suele compararse a Sansa Stark con su hermana Arya, en un balance tan injusto como hipócrita. De pronto, a todos nos gusta que las niñas rompan el molde y se rebelen, y en cambio despreciamos a quienes son exactamente como las educamos para que fueran.

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Sansa se reencuentra con Ramsay Bolton antes de la Batalla de los Bastardos

Arya posee un valor que, como decía, ahora resulta muy apreciado: no se adapta a los roles de género. Es agresiva y aguerrida desde pequeña. Odia las tareas que, por ser mujer, le corresponden, y prefiere los juegos de contacto, así como los deportes y la lucha. Sin duda esas características, adquiridas antes de su salida de Invernalia, le fueron muy útiles para sobrevivir cuando empezó lo malo: vivió en condiciones miserables, debió aprender a pelear por su vida y a callar su nombre. Pero no podemos olvidar que estuvo protegida. Primero, como ya vimos, por su personalidad, dispuesta a la incomodidad y la batalla. Y en segundo lugar, por sus maestros: Syrio Forell, Yoren, The Hount y Jaqen H’ghar. Sin ellos, y por mucho que se cuidara, difícilmente habría sobrevivido.

Sansa, por su parte, había sido educada para vivir entre cortes y castillos, y estaba conforme con ello. Creía en los dioses, en el amor, en la magia de las canciones. Era cortés, encantadora, sumisa y crédula. Sansa fue castigada precisamente por ser todo lo que se esperaba de ella. Aquí he enumerado algunos de los ideales con los que creció, en cuya existencia confió, y que fueron rompiéndose en su camino.

El amor

Por amor, se negó a volver a Invernalia cuando las cosas empezaron a torcerse en la capital. Por amor reveló a Cersei el plan de su padre. Esto último es lo que normalmente señalan los detractores de Sansa: si no hubiera sido tan estúpida, si hubiera obedecido. Pero, vamos a ver: Sansa es igual de obstinada que su padre. “¿En serio crees que me importa tanto mi vida?”, le preguntó Ned a Varys cuando este le sugirió que pidiera perdón y se rindiera. Lo que para Eddard Stark es el honor para su hija es el amor. Ya lo dijo Kate Millet:

El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos.

A ese sentido del amor se refiere, en este fragmento, la narradora de Las chicas, la fantástica primera novela de Emma Cline:

Pobres chicas. El mundo las engorda con la promesa del amor. Cuánto lo necesitan, y qué poco recibirán jamás la mayoría de ellas. Las canciones pop empalagosas, los vestidos descritos en los catálogos con palabras como “atardecer” y “París”. Y luego les arrebatan sus sueños con una fuerza violentísima; la mano tirando de los botones de los vaqueros, nadie mirando al hombre que grita a su novia en el autobús.

La esperanza

El problema no acaba en el amor como tal, por supuesto, sino que se extiende a la visión romántica de la vida. Cuando Ned Stark muere condenado por el rey Joffrey, Sansa reacciona: lo odia y lo quiere muerto:

Antes amaba al príncipe Joffrey con todo su corazón; admiraba a su madre, la reina, y confiaba en ella. Le habían pagado tanto amor y confianza con la cabeza de su padre. Sansa no volvería a cometer el mismo error.

Pero hay algo menos visible que todavía persiste en ella: la esperanza. Volver a enamorarse, por ejemplo, o ser rescatada, como en las canciones. Por eso también será castigada (recuerden el esfuerzo que hace para imaginar en Dontos Holland, el bufón borracho, al caballero que la rescatará, o el calvario al que será sometida por confiar en Petyr Baelish).

Ya muerto su padre, Sansa debe quedarse en Desembarco del Rey, como prometida de Joffrey, luego como rehén y finalmente como esposa de Tyrion Lannister. En ese tiempo, encerrada en el centro mismo del mundo que ella había aprendido a anhelar, descubre que es la única que realmente creía en la fantasía. “Soy una estúpida niña, con estúpidos sueños, que nunca aprende”, dice de sí misma.

Encuentra en el Perro y en Cersei a dos maestros del desencanto. Le ayudarán a ensanchar su visión de la vida, pero, como diría Ribeyro, “en el sentido de la sombra y el desamparo”. Cuando Sansa le comenta a la reina que esperaba que su primera regla fuera un evento “menos sucio y más mágico”, Cersei le contesta:

«La vida de una mujer es nueve partes de suciedad por cada parte de magia; no tardarás en darte cuenta… y a menudo, la parte que parece magia es la más sucia de todas.»

La fe

Cuando todavía creía en los dioses, Sansa tiene el siguiente diálogo con Sandor Clegane, el Perro:

—Los dioses nos crearon a todos.

 —A todos —se burló el Perro—. Dime, pajarito, ¿qué tipo de dios crearía un monstruo como el Gnomo? Si hay dioses, crearon las ovejas para que los lobos se las comieran, y crearon a los débiles para que los fuertes jugaran con ellos.

—Los auténticos caballeros protegen a los débiles.

—No hay auténticos caballeros —dijo el Perro resoplando—, así como no hay dioses. Si no te puedes proteger sola, muere y sal del medio para los que sí pueden. El acero afilado y los brazos fuertes gobiernan este mundo, no te creas otra explicación.

Más adelante, Sansa reconoce ante Tyrion la verdad: «Ya no rezo».No sé si ha perdido la fe pero, cuando menos, está convencida de que los dioses no son como ella creía: no sirve pedirles cosas o encomendarse a ellos: es inútil. Ella pidió por su padre y le cortaron la cabeza, pidió por sí misma y nadie la salvó. La fe, que en muchas historias salva a los hombres, los libera o los acerca a la gloria, suele hacer poco por las mujeres, y siempre a costa de mucho arrepentimiento y mucha sumisión. Sansa tardó en darse cuenta de que los dioses no harían nada por ella y que, en realidad, nadie lo haría.

*  *  *

Después, todo lo que ya sabemos: sola, obligada a vivir con los asesinos de su familia, encerrada en esa versión horrenda que es el mundo de sus sueños infantiles convertido en realidad,  Sansa es obligada a casarse para no morir, a huir para no morir, y luego es prácticamente vendida a los otros asesinos de su familia: Ramsay Bolton la violará desde el mismo día de su boda, y disfrutará mucho torturándola.

Antes de escapar de Invernalia con Theon Greyjoy, Sansa es descubierta por Myranda, la amante de Ramsay. Esta le apunta con un arco y, antes de que dispare, le dice: “Sé cómo es Ramsay, y sé lo que me hará. Si voy a morir, que ocurra al menos mientras aún quede algo de mí”. Había dejado de creer en las canciones de los trovadores, había también dejado de creer en los dioses. Y ahora, finalmente, ya no le importa morir. Está lista.

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Brienne de Tarth ofrece, por segunda vez, su lealtad a Sansa Stark.

La mujer que es rescatada por Brienne de Tarth ya no es la misma que tiempo atrás había rechazado sus servicios: Sansa ha cambiado. Insiste en recordar su propia historia, en nombrarla: por un lado, lee en voz alta una carta en la que Ramsay Bolton amenaza con violarla de nuevo; por otro, le exige a Petyr Baelish que le diga qué cosas cree él que le hizo el bastardo de Roose Bolton. Que nada se suponga, que nada se calle.

Además, está dispuesta a decidir por sí misma, a jugar el juego de tronos. Oculta a Jon Snow que Petyr Baelish espera junto a los Caballeros del Valle para ingresar a la batalla. Y se lo oculta porque sabe que su hermano se opondrá. Es más, hasta aquí, Jon no ha mostrado interés por saber qué opina Sansa de la estrategia militar de los Stark, a pesar de que es la única en el consejo de guerra que sabe realmente quién es Ramsay Bolton.

Eso también es interesante. Otra vez un episodio de la historia personal de Sansa se convierte en conocimiento: una forma de construir, a partir de la experiencia, un saber práctico. Es escéptica, y por tanto duda del entusiasmo heroico de Jon (otra vez el honor como condena). Por eso actúa a escondidas y, finalmente, hace el movimiento decisivo para ganar la batalla y recuperar el Norte.

También creo que Sansa está usando a Baelish, por más que él esté convencido de lo contrario: de verdad espero que, en el momento adecuado, se vengue de él.

La sonrisa final de Sansa, al salir de la perrera, ha sido entendida como la confirmación de que estamos ante otro personaje: alguien que puede ver, sin inmutarse, incluso con placer, cómo las bestias devoran a un enemigo. Yo prefiero pensar que esa breve alegría no se explica en la crueldad (que sería, al final, una victoria más de Ramsay) sino en una mezcla más compleja de sentimientos: el alivio y la satisfacción, por un lado, pero también el haber podido alcanzar, por primera vez y por su propia mano, lo que más se parece a la justicia cuando esta es imposible: la venganza.

Y allí nos hemos quedado: recién veremos quién es Sansa en adelante.

***

A Arya, su personalidad, educación e intereses la salvaron de morir: a Sansa la condenaron. Lo que ha hecho ella en todos estos años es desaprender: no solo lo que le enseñaron a decir o a callar, sino también lo que le enseñaron a sentir, desear y temer. Sansa no es fuerte como Brienne ni despiadada como Cersei, y no está, como Daenerys, respaldada por fuerzas sobrenaturales. Y, sin embargo, su historia se parece más a las de las mujeres reales, las millones de mujeres que, día a día, se esfuerzan por quitarse de encima las amarras del amor, de los roles y de la fe. Y Sansa lo consiguió: por eso es una heroína.

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*Para este post, he mezclado adrede citas de la saga con diálogos de la serie. Aunque los arcos narrativos de Sansa se distancian bastante entre ambas, se mantienen muchos aspectos en común: de ellos he querido hablar.

*Aunque no he utilizado en el post términos como machismo, patriarcado y misoginia, dado que no existen en el universo mismo que se narra en la Canción de hielo y fuego, es evidente que ellos son los que alientan una historia personal como la de Sansa. Reconocer en esta historia inventada los elementos reales nos ayudará a comprender mejor la realidad, y así podremos ayudar a cambiarla.