Pasajero Martes, 31 enero 2017

Si vas a criarlos para que hagan daño, alguien debe meterse con tus hijos

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Al ver a los papás que, aun con este calor, llevaban a sus hijos a la marcha de #ConMisHijosNoTeMetas, mi reacción inicial fue la cólera: están exponiendo a los niños, irresponsables, los están manipulando.

Luego, casi inmediatamente, me pregunté: ¿acaso nosotros (mi esposa y yo) no haríamos lo mismo?

No tenemos hijos, y cuando los tengamos no los llevaremos jamás a una marcha contra los derechos de nadie, pero la pregunta sigue siendo válida: 

¿Acaso no llevaríamos a nuestros hijos a una marcha?

Y la respuesta que es que sí. Sí lo haríamos. No a todas, claro, porque no se trata de exponerlos innecesariamente a una manifestación que pueda resultar violenta, pero sí nos gustaría que participen de algunas en particular: especialmente, de las que se hacen para promover libertades individuales.

Creo que cuando Mayra y yo asistimos a marchas a favor del matrimonio igualitario, la despenalización del aborto, el orgullo LGTB, contra el acoso callejero o a NiUnaMenos, lo hicimos no solo pensando en nosotros, sino también en nuestros hijos. Y aunque no lo hemos conversado, creo que ambos estaríamos de acuerdo en llevarlos para que vivan esa experiencia: más allá de la rabia y la protesta, por encima de eso, hay también una sensación compartida parecida a la esperanza: la sensación de que se avanza, y de que los que vengan tendrán que marchar menos o, mejor: que ya no tendrán que marchar por lo mismo.       

También marchamos directamente por nuestros hijos, porque pueden ser, en realidad, hijas, y es necesario que ellas sepan que, por mucho esfuerzo que hagamos sus papás para criarlas en un entorno de igualdad, todavía hay espacios, contextos y realidades en los que no ocurre así. Nuestros hijos pueden, asimismo, ser LGTBI, y ocurrirá lo mismo:

¿Hay alguna manera de explicar esta barbaridad de injusticia sin sentir vergüenza?  

Por otro lado, he visto que mucha gente dice que no se debe utilizar a los niños, que nadie debe meterse con ellos, que nadie debe llenarles sus inocentes cabecitas con ideas. Y bueno: no estoy de acuerdo.

No debemos utilizarlos, claro, pero por supuesto que la sociedad debe intervenir en su educación. La única forma de garantizar que los niños reciban un paquete básico de sugerencias para la vida en comunidad es que la escuela lo ofrezca.

30 grados centígrados. Medio día. Foto: Útero.Pe

Con mis hijos yo me meto.
Foto: Útero.Pe

No podemos confiar en lo que cada individuo pueda recibir de sus padres porque, oh sorpresa, hay padres que enseñan a sus hijos a ser violentos, racistas, machistas, homofóbicos. Y también a ser ociosos, egoístas, tacaños, abusivos, pendejos, aprovechados, mentirosos, cobardes. Y por supuesto, me incluyo dentro de los (potenciales) padres que legarán a sus hijos vicios y defectos. La escuela, aunque de momento no cuente con todas las herramientas para lograrlo, está allí precisamente para detener esas conductas cuando todavía puede hacerlo.

Esto es clave: los lastres de la intolerancia son todavía ampliamente aceptados, pero cada vez lo son menos, y llegará el momento en que reproducirlos será motivo de castigo, no solo social, sino penal. La escuela está para igualar a los niños (futuros ciudadanos) en una base común, que vaya más allá de lo que aprendieron en casa: sirve para evaluar, cuestionar y, dado el caso, eliminar algunos elementos provenientes de la crianza familiar. Si la escuela previene ladrones y asesinos, o debiera hacerlo,

¿Por qué no va a prevenir machistas y homofóbicos?

Porque, en fin, uno ahora soporta a los abuelitos, al papá militar, a los amigos fervientes, porque bueno, ya están hechos así y no hay marcha atrás, pero en diez, veinte años, los niños de ahora serán jóvenes, y no habrá para ellos la disculpa de la edad. 

Finalmente, no deja de sorprenderme la crueldad que encierran iniciativas como #ConMisHijosNoTeMetas. Si la marcha fue taaan multitudinaria como dicen, es estadísticamente exacto afirmar que entre sus manifestantes hubo personas LGTB. Es posible incluso que entre los niños hubiera gays, lesbianas, intersex, transgénero, etcétera.

¿Cómo se atreven a obligar a lxs niñxs a marchar contra sí mismxs, a despreciarse de esa manera?

¿Cómo es posible que eso se haga en nombre de la fe?

Si ya crecer es duro y difícil, ¿han pensado en lo horrible que es crecer sabiendo que tus padres te odian y odian lo que eres? Así que, aunque no te guste, también marchamos por tus hijos: merecen un mejor futuro que el que estás buscando para ellos.

Puedes leer:

Quiero compartir dos textos. Uno es un fragmento del artículo que Gio Infante escribió cuando el Poder Judicial ordenó a Reniec inscribir el matrimonio entre Óscar Ugarteche y Fidel Aroche. Puedes leerlo completo aquí.

Yo en ese momento pensé en Luis En­rique, un chico de 15 años que soñaba con ser bailarín pero que en 2013 se suicidó después de que su hermana lo moliera a golpes y bañara en orines por ser amanera­do. En su velorio, su madre reclamaba que “cómo pueden casarse hombres con hom­bres, para mí eso es delito”. Y pensé en qué diferente hubiera sido la vida de este chico si hubiera visto el amor de Óscar y Fidel re­conocido, si hubiera podido soñar en lo mis­mo para él, y se me rompió el corazón. Pero tenía al lado a Ramón, mi novio, abrazándo­me fuerte, dándome fuerzas para seguir lu­chando por ese día en el que nuestro país proteja todos los amores, todas las familias.

El otro texto es este hermoso y duro testimonio de Orlando Sosa Lozada, que también se publicó en torno a #ConMisHijosNoTeMetas. Puedes leerlo completo aquí.

Si en el colegio me hubieran enseñado tan sólo algunos conceptos básicos de género y diversidad sexo-genérica:

– Probablemente no me hubiera sentido como un enfermo por tanto tiempo.

– Probablemente no hubiera tenido un profesor de psicología que me dijera que a pesar de ser el primer puesto de mi colegio, no triunfaría en la vida si persistía con mis «conductas femeninas y desviadas», y que incluso me aplicó una «terapia correctiva» que por suerte sólo duró una sesión porque mi mamá se opuso a continuarla (o tal vez igual lo hubiera tenido, pero con dichas herramientas hubiera podido defenderme de él).

– Probablemente mis primeras masturbaciones no hubieran terminado en lágrimas de culpa por desear a hombres.

– Probablemente no hubiera tenido tantas ideas suicidas en mi adolescencia y no hubiese intentado saltar de un puente a los 12 años.

– Hubiera tenido una adolescencia menos complicada, en la cual jugara más y pudiera desenvolverme mejor con compañerxs de mi edad.

Ahora, vamos: piensa en tus hijos. Piensa en lo que quieres para ellos.