Pasajero Jueves, 31 marzo 2016

Vargas Llosa, defensor de las libertades

2765793918_529cd88191_b

Vargas Llosa en campaña. Imagen tomada de perugeneracion.blogspot

Si las cosas siguen más o menos como hasta ahora, el Congreso que tendremos a partir de este 28 de julio será todavía peor que el actual: más fujimorista, más conservador y más inútil. Algunos de los derechos postergados durante el periodo 2011-2016 (unión civil, despenalización del aborto por violación, por ejemplo) permanecerán marginados, o serán llevados a debate solo para ser aplastados por la mayoría conservadora. Y volverán campañas como “Chapa tu Choro y Déjalo Paralítico”, y seguirá alentándose la pena de muerte, y así, al infinito.

En ese contexto, es inevitable reconocer el papel de Mario Vargas Llosa como intelectual público, que observa la realidad y opina sobre ella. Es verdad que este universo, el de las opiniones (políticas, económicas y culturales) de Vargas Llosa, resulta siempre muy delicado y complejo. Sus opiniones recorren, cuando menos, sesenta años de sucesos históricos y sociales; además, algunas han cambiado con el tiempo (es conocido el tránsito de sus simpatías por la Revolución cubana a su defensa del liberalismo). Asimismo, determinadas posturas resultan contradictorias aunque él parezca no darse cuenta (su rechazo a lo que él llama la civilización del espectáculo, por ejemplo, contrasta [otra vez] con su defensa del mercado, porque el mercado es uno los principales factores que han apresurado la banalización del arte).

Creo que lo realmente destacable de Vargas Llosa es, en primer lugar, su honestidad intelectual. En El pez en el agua, refiriéndose a Henry Pease (quien, como él, estaba postulando a la presidencia de la República, y había organizado una marcha de rechazo contra Sendero Luminoso), Vargas Llosa afirma:

No me hubiera plegado a la Marcha por la Paz si la iniciativa no hubiera venido de Henry Pease, un adversario que, como intelectual y como político, me parecía respetable. Hay muchas maneras de definir lo respetable. En lo que a mí se refiere, me merece respeto el intelectual o el político que dice lo que cree, hace lo que dice y no utiliza las ideas y las palabras como una coartada para el arribismo.

Bueno, esa misma definición de intelectual respetable es aplicable para él. Vargas Llosa siempre ha dicho lo que piensa, movido únicamente por su visión de la realidad y por el compromiso de no traicionarse a sí mismo, aunque esto le trajera rechazos y complicaciones. En 1971, por ejemplo, ocurrió el ‘caso Padilla’: el poeta cubano Heberto Padilla fue encarcelado, acusado de subversión, por el régimen de Fidel Castro, y luego obligado a leer una autocrítica en la que renegaba de su obra. Vargas Llosa, que ya tenía algunas distancias todavía no expresas con la Revolución, fue uno de los primeros intelectuales que se opuso a ese encarcelamiento. En una entrevista realizada por esos días, César Hildebrandt pregunta:

La última pregunta… ¿Está de alguna manera arrepentido?

Arrepentido, no, no, en absoluto, aunque sé que todavía habrá invectiva para rato. Es el precio que hay que pagar cuando uno dice claramente lo que piensa. […]

Entrevista telefónica de César Hildebrandt a Mario Vargas Llosa para la revista Caretas. 10 de junio de 1971.

Fuente: Mario Vargas Llosa, Contra viento y marea (1962-1982), Barcelona, Seix Barral, 1983, p. 172

[Gracias al investigador Luis Rodríguez Pastor por recordarme esta cita]

Con esa honestidad, y en tanto liberal, Vargas Llosa ha defendido constantemente algunos elementos de la civilización como la democracia, la libertad de expresión, la libertad creativa, etcétera.

Esta vez, yo he decidido quedarme con aquellos textos en los que Vargas Llosa defiende libertades individuales. El escritor aprovecha una situación de coyuntura (los artículos van de 1995 hasta la fecha) y defiende o ataca medidas según sus convicciones. Paséate un ratito por aquí. Como te decía al empezar este post, es probable que no veamos discusiones sobre estos temas en el próximo Congreso. Y la verdad es que nos hará falta, porque son cinco años más que nos quedaremos sin empezar el siglo XXI.

Ah, verdad. Antes de empezar: si no estás de acuerdo con Vargas Llosa, mostro. Siempre será interesante saber tu opinión, y qué argumentos tienes para defenderla. Si no los tienes, si solo has venido a vomitar, bueno, dale. Pero lee para que vomites con ganas.

90327

Foto tomada de laprensaperu

Sobre el matrimonio igualitario

En 2005, España aprobó el matrimonio igualitario (que incluye cambio en el estado civil y adopción de menores). Vargas Llosa celebró la medida con este artículo:

Aunque esta medida [el matrimonio igualitario] constituye un desagravio a una minoría sexual que a lo largo de la historia ha sido objeto de persecuciones y marginaciones de todo orden, obligando, a quienes la conformaban, a vivir poco menos que en la clandestinidad y en el permanente temor al descrédito y al escándalo, ella no bastará para cancelar de una vez por todas los prejuicios y falacias que demonizan al homosexual, pero, sin la menor duda, constituye un gran avance hacia la lenta, irreversible aceptación por el conjunto de la sociedad -por la gran mayoría, al menos- de la homosexualidad como una manifestación perfectamente natural y legítima de la diversidad humana.

[El matrimonio gay. Artículo completo, aquí]

Luego, en 2013, cuando unos jóvenes neonazis chilenos asesinaron a golpes al activista gay Daniel Zamudio (lo que califica como crimen de odio, esa categoría que a algunos les resulta una exageración), Vargas Llosa publicó otro artículo:

Ellos [los asesinos de Daniel Zamudio] no son más que la avanzadilla más cruda y repelente de una cultura de antigua tradición que presenta al gay y a la lesbiana como enfermos o depravados que deben ser tenidos a una distancia preventiva de los seres normales porque corrompen al cuerpo social sano y lo inducen a pecar y a desintegrarse moral y físicamente en prácticas perversas y nefandas.

Esta idea del homosexualismo se enseña en las escuelas, se contagia en el seno de las familias, se predica en los púlpitos, se difunde en los medios de comunicación, aparece en los discursos de políticos, en los programas de radio y televisión y en las comedias teatrales donde el marica y la tortillera son siempre personajes grotescos, anómalos, ridículos y peligrosos, merecedores del desprecio y el rechazo de los seres decentes, normales y corrientes. El gay es, siempre, “el otro”, el que nos niega, asusta y fascina al mismo tiempo, como la mirada de la cobra mortífera al pajarillo inocente.

[La caza del gay. Artículo completo, aquí]

Finalmente, en 2014, cuando en el Perú se discutía la Unión Civil, el escritor peruano volvió a manifestarse a favor:

Ahora mismo, en el previsible debate que este proyecto de ley ha provocado, la Conferencia Episcopal Peruana, en un comunicado cavernario y de una crasa ignorancia, afirma que el homosexualismo “contraría el orden natural”, “atenta contra la dignidad humana” y “amenaza la sana orientación de los niños”. El inefable arzobispo primado de Lima, el cardenal Cipriani, por su parte, ha pedido que haya un referéndum nacional sobre la Unión Civil. Muchos nos hemos preguntado por qué no pidió esa consulta popular cuando el régimen dictatorial de Fujimori, con el que fue tan comprensivo, hizo esterilizar manu militari y con pérfidas mentiras a millares de campesinas (haciéndoles creer que las iba a vacunar), muchas de las cuales murieron desangradas a causa de esta criminal operación.

[Salir de la barbarie. Artículo completo, aquí]

Sobre la eutanasia

Luego de cuatro procesos en los que fue absuelto, el Dr. Jack Kevorkian, de setenta años de edad, y que, según confesión propia, ha ayudado a morir a 130 enfermos terminales, ha sido condenado en su quinto proceso, por un tribunal del Estado norteamericano donde nació (Michigan), a una pena de entre 10 y 25 años de prisión. En señal de protesta, el Doctor Muerte, como lo bautizó la prensa, se ha declarado en huelga de hambre. Por una curiosa coincidencia, el mismo día que el Dr. Kevorkian dejaba de comer, el Estado de Michigan prohibía que las autoridades carcelarias alimentaran a la fuerza a los reclusos en huelga de hambre: deberán limitarse a explicar por escrito al huelguista las posibles consecuencias mortales de su decisión. Con impecable lógica, los abogados de Kevorkian preguntan si esta política oficial del Estado con los huelguistas de hambre no equivale a «asistir a los suicidas», es decir a practicar el delito por el que el célebre doctor se halla entre rejas.

Aunque había algo tétrico y macabro en sus apariciones televisivas, en su falta de humor, en su temática unidimensional, Jack Kevorkian es un auténtico héroe de nuestro tiempo, porque su cruzada a favor de la eutanasia ha contribuido a que este tema tabú salga de las catacumbas, salte a la luz pública y sea discutido en todo el mundo. Su `cruzada’, como él la llamó, ha servido para que mucha gente abra los ojos sobre una monstruosa injusticia: que enfermos incurables, sometidos a padecimientos indecibles, que quisieran poner fin a la pesadilla que es su vida, sean obligados a seguir sufriendo por una legalidad que proclama una universal «obligación de vivir». Se trata, por supuesto, de un atropello intolerable a la soberanía individual y una intrusión del Estado reñida con un derecho humano básico. Decidir si uno quiere o no vivir (el problema primordial de la filosofía, escribió Camus en El mito de Sísifo) es algo absolutamente personal, una elección donde la libertad del individuo debería poder ejercitarse sin coerciones y ser rigurosamente respetada, un acto, por lo demás, cuyas consecuencias sólo atañen a quien lo ejecuta.

 [Una muerte tan dulce. Artículo completo, aquí]

Sobre el aborto

En 1998, el Congreso de los Diputados en España rechazó la despenalización del aborto voluntario (ya lo permitía por malformación del feto, por riesgo de la salud de la madre y, sí, también por violación, EN 1998, hace casi 20 años). En su columna, dice Vargas Llosa:

La falacia mayor de los argumentos antiabortistas es que se esgrimen como si el aborto no existiera y sólo fuera a existir a partir del momento en que la ley lo apruebe. Confunden despenalización con incitación o promoción del aborto y, por eso, lucen esa excelente buena conciencia de «defensores del derecho a la vida». La realidad, sin embargo, es que el aborto existe desde tiempos inmemoriales, tanto en los países que lo admiten como en los que lo prohíben, y que va a seguir practicándose de todas maneras, con total prescindencia de que la ley lo tolere o no. Despenalizar el aborto significa, simplemente, permitir que las mujeres que no pueden o no quieren dar a luz, puedan interrumpir su embarazo dentro de ciertas condiciones elementales de seguridad y según ciertos requisitos, o lo hagan, como ocurre en todos los países del mundo que penalizan el aborto, de manera informal, precaria, riesgosa para su salud y, además, puedan ser incriminadas por ello.

También menciona la importancia de los movimientos feministas y, asimismo, el deber de toda sociedad civilizada de dejar en manos de las mujeres la decisión de continuar con su embarazo:

La clave del problema está en los derechos de la mujer, en aceptar si, entre estos derechos, figura el de decidir si quiere tener un hijo o no, o si esta decisión debe ser tomada, en vez de ella, por la autoridad política. En las democracias avanzadas, y en función del desarrollo de los movimientos feministas, se ha ido abriendo camino, no sin enormes dificultades y luego de ardorosos debates, la conciencia de que a quien corresponde decidirlo es a quien vive el problema en la entraña misma de su ser, que es, además, quien sobrelleva las consecuencias de lo que decida. No se trata de una decisión ligera, sino difícil y a menudo traumática. Un inmenso número de mujeres se ven empujadas a abortar por ese cuarto supuesto, precisamente: unas condiciones de vida en las que traer una nueva boca al hogar significa condenar al nuevo ser a una existencia indigna, a una muerte en vida. Como esto es algo que sólo la propia madre puede evaluar con pleno conocimiento de causa, es coherente que sea ella quien decida.

[El ‘Nasciturus’. Artículo completo, aquí]

Sobre la necesidad del Estado laico

En el artículo anterior, sobre el aborto, Vargas Llosa también menciona a la Iglesia. Dice, y esto debe sonarles familiar, que

El resultado de la votación fue una gran victoria de la Iglesia Católica, que se movilizó en todos los frentes para impedir la aprobación de esta ley. Hubo un tremebundo documento de la Conferencia Episcopal titulado Licencia aún más amplia para matar a los hijos que fue leído por veinte mil párrocos durante la misa, rogativas, procesiones, mítines y lluvia de cartas y llamadas a los parlamentarios (campaña que resultó eficaz, pues cuatro de ellos, cediendo a la presión, cambiaron su voto).

Y luego, al final del texto, señala la urgencia de separar a la Iglesia de las decisiones de Estado:

Se impone una última reflexión, a partir de lo anterior, sobre este delicado tema: las relaciones entre la Iglesia Católica y la democracia. Aquélla no es una institución democrática, como no lo es, ni podría serlo, religión alguna (con la excepción del budismo, tal vez, que es una filosofía más que una religión). Las verdades que ella defiende son absolutas, pues le vienen de Dios, y la trascendencia y sus valores morales no pueden ser objeto de transacciones ni de concesiones respecto a valores y verdades opuestos. Ahora bien: mientras predique y promueva sus ideas y sus creencias lejos del poder político, en una sociedad regida por un Estado laico, en competencia con otras religiones y con un pensamiento a-religioso o anti-religioso, la Iglesia Católica se aviene perfectamente con el sistema democrático y le presta un gran servicio, suministrando a muchos ciudadanos esa dimensión espiritual y ese orden moral que, para un gran número de seres humanos, sólo son concebibles por mediación de la fe. Y no hay democracia sólida, estable, sin una intensa vida espiritual en su seno.

Pero si ese difícil equilibrio entre el Estado laico y la Iglesia se altera y ésta impregna aquél, o, peor todavía, lo captura, la democracia está amenazada, a corto o mediano plazo, en uno de sus atributos esenciales: el pluralismo, la coexistencia en la diversidad, el derecho a la diferencia y a la disidencia. A estas alturas de la historia, es improbable que vuelvan a erigirse los patíbulos de la Inquisición, donde se achicharraron tantos impíos enemigos de la única verdad tolerada. Pero, sin llegar, claro está, a los extremos talibanes, es seguro que la mujer retrocedería del lugar que ha conquistado en las sociedades libres a ese segundo plano, de apéndice, de hija de Eva, en que la Iglesia, institución machista si las hay, la ha tenido siempre confinada.

Unos años antes, en 1995, Vargas Llosa escribió sobre el caso de una pareja de esposos humanistas, residentes en Baviera, que interpusieron una demanda ante el Tribunal Constitucional de la República, “alegando que sus tres pequeños hijos habían quedado ‘traumatizados’ por el espectáculo del Cristo crucificado que estaban obligados a ver, a diario, ornando las paredes de la escuela pública en la que estudian.” El Tribunal falló a favor de ellos, y prohibió que las escuelas públicas incluyeran símbolos religiosos. Solo en caso de que “hubiera unanimidad absoluta entre padres de familia, profesores y alumnos podría una escuela conservar en sus aulas el símbolo cristiano”.

Esta decisión del Tribunal provocó una discusión a nivel nacional, con participación de políticos, autoridades eclesiásticas y la opinión pública en general. Vargas Llosa se manifiesta en respaldo del Tribunal:

La naturaleza dogmática e intransigente de la religión se hace evidente en el caso del islamismo porque las sociedades donde éste ha echado raíces no han experimentado el proceso de secularización que, en Occidente, separó a la religión del Estado y la privatizó (la convirtió en un derecho individual en vez de un deber público), obligándola a adaptarse a las nuevas circunstancias, es decir, a confinarse en una actividad cada vez más privada y menos pública. Pero de allí a concluir que si la Iglesia recuperara el poder temporal que en las sociedades democráticas modernas perdió, éstas seguirían siendo tan libres y abiertas como lo son ahora, es una soberana ingenuidad. Invito a los optimistas que así lo creen, como mi admirado Paul Johnson, a echar una ojeada a aquellas sociedades tercermundistas donde la Iglesia católica tiene todavía en sus manos cómo influir de manera decisiva en la dación de las leyes y el gobierno de la sociedad, y averiguar sólo qué ocurre allí con la censura cinematográfica, el divorcio y el control de la natalidad para no hablar de la despenalización del aborto-, para que comprueben que, cuando está en condiciones de hacerlo, el catolicismo no vacila un segundo en imponer sus verdades a como dé lugar y no sólo a sus fieles, también a todos los infieles que se le pongan a su alcance.

Por eso, una sociedad democrática, si quiere seguirlo siendo, a la vez que garantiza la libertad de cultos y alienta en su seno una intensa vida religiosa, debe velar porque la Iglesia -cualquier iglesia- no desborde la esfera que les corresponde, que es la de lo privado, e impedir que se infiltre en el Estado y comience a imponer sus particulares convicciones al conjunto de la sociedad, algo que sólo puede hacer atropellando la libertad de los -no creyentes. La presencia de una cruz o un crucifijo en una escuela pública es tan abusiva para quienes no son cristianos como lo sería la imposición del velo islámico en una clase donde haya niñas cristianas y budistas además de musulmanas, o la kipah judía en un seminario mormón. Como no hay manera, en este tema, de respetar las creencias de todos a la vez, la política estatal no puede ser otra que la neutralidad. Los jueces del Tribunal Constitucional de Karlsruhe han hecho lo que debían de hacer y su fallo los honra.

[La señal de la cruz. Artículo completo, aquí]

Contra la pena de muerte

No he encontrado artículos de Vargas Llosa contra la pena de muerte; seguramente los hay, pero de momento no los encuentro: en El pez en el agua cuenta que, cuando joven, firmó junto a Luis Loayza y Abelardo Oquendo un manifiesto contra la pena de muerte. También recuerdo que  menciona el asunto en la entrevista que le hizo César Hildebrandt para Cambio de palabras. Sin embargo, encontré este documento elaborado por Ideele, que recoge algunas razones para oponerse a la pena de muerte. Una es de Vargas Llosa. Aquí está:

La pena de muerte es una práctica bárbara, reñida con los principios básicos de la civilización y la cultura democrática. Representa una idea primitiva de la justicia como venganza que contradice todos los tratados modernos de la ciencia jurídica y debe ser resueltamente combatida por quienes creen en la libertad, los derechos humanos y la democracia. Me solidarizo con esta campaña para evitar que el Perú retroceda desde el punto de vista moral y cívico restableciendo la pena de muerte.

 [El documento en PDF, aquí].

Contra la xenofobia

En 2013, a partir de un caso particular, el Tribunal Constitucional de la República Dominicana decidió revocar la nacionalidad a todos los ciudadanos (principalmente de origen haitiano) que no tuvieran ascendencia dominicana desde 1929.  Vargas Llosa publicó un artículo que causó mucho revuelo en el país caribeño. Allí, afirma:

A la crueldad e inhumanidad de semejantes jueces se suma la hipocresía. Ellos saben muy bien que la migración » irregular » o ilegal de haitianos a la República Dominicana que comenzó a principios del siglo veinte es un fenómeno social y económico complejo, que en muchos períodos —los de mayor bonanza, precisamente— ha sido alentado por hacendados y empresarios dominicanos a fin de disponer de una mano de obra barata para las zafras de la caña de azúcar, la construcción o los trabajos domésticos, con pleno conocimiento y tolerancia de las autoridades, conscientes del provecho económico que obtenía el país —bueno, sus clases medias y altas— con la existencia de una masa de inmigrantes en situación irregular y que, por lo mismo, vivían en condiciones sumamente precarias, la gran mayoría de ellos sin contratos de trabajo, ni seguridad social ni protección legal alguna.

Uno de los mayores crímenes cometidos durante la tiranía de Generalísimo Trujillo fue la matanza indiscriminada de haitianos de 1937 en la que, se dice, varias decenas de miles de estos miserables inmigrantes fueron asesinados por una masa enardecida con las fabricaciones apocalípticas de grupos nacionalistas fanáticos. No menos grave es, desde el punto de vista moral y cívico, la escandalosa sentencia del Tribunal Constitucional. Mi esperanza es que la oposición a ella, tanto interna como internacional, libre al Caribe de una injusticia tan bárbara y flagrante. Porque el fallo del Tribunal no se limita a pronunciarse sobre el caso de Juliana Deguis Pierre. Además, para que no quede duda de que quiere establecer jurisprudencia con el fallo, ordena a las autoridades someter a un escrutinio riguroso todos los registros de nacimientos en el país desde el año 1929 a fin de determinar retroactivamente quiénes no tenían derecho a obtener la nacionalidad dominicana y por lo tanto pueden ser ahora privados de ella.

[Los parias del Caribe. Artículo completo, aquí]

También puedes revisar este artículo, Un millonario se divierte, donde le da con palo a Donald Trump, por su discurso xenófobo, por el vacío de sus declaraciones y también, por supuesto, porque Trump es un imbécil y se lo merece.

Y aprovechando la proximidad temática, también puedes leer este artículo, El derecho a decidir (sobre el separatismo catalán), en el que apunta contra otros de los males que él y otros intelectuales vienen denunciado hace varios años: el nacionalismo.

Contra las barreras migratorias

Este tema se relaciona profundamente con el anterior. Vargas Llosa reflexiona sobre la insensatez de las barreras migratorias (inútiles, crueles, inconvenientes) y aprovecha para hablar sobre las ventajas que han ofrecido a las sociedades, a lo largo de la historia, los movimientos migratorios.

Si las consideraciones éticas tuvieran el menor efecto persuasivo, esas mujeres y hombres heroicos que cruzan el estrecho de Gibraltar o los cayos de la Florida o las barreras electrificadas de Tijuana o los muelles de Marsella en busca de trabajo, libertad y futuro, deberían ser recibidos con los brazos abiertos. Pero, como los argumentos que apelan a la solidaridad humana no conmueven a nadie, tal vez resulte más eficaz este otro, práctico. Mejor aceptar la inmigración, aunque sea a regañadientes, porque bienvenida o malvenida, como muestran los dos ejemplos con que comencé este artículo, a ella no hay manera de pararla.

Si no me lo creen, pregúntenselo al país más poderoso de la Tierra. Que Estados Unidos les cuente cuánto lleva gastado tratando de cerrarles las puertas de la dorada California y el ardiente Tejas a los mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, etcétera, y las costas color esmeralda de la Florida a los cubanos y haitianos y colombianos y peruanos y cómo éstos entran a raudales, cada día más, burlando alegremente todas las patrullas terrestres, marítimas, aéreas, pasando por debajo o por encima de las computarizadas alambradas construidas a precio de oro y, además, y sobre todo, ante las narices de los superentrenados oficiales de inmigración, gracias a una infraestructura industrial creada para burlar todos esos cernideros inútiles levantados por ese miedo pánico al inmigrante, convertido en los últimos años en el mundo occidental en el chivo expiatorio de todas las calamidades.

[Los inmigrantes. Artículo completo, aquí]

A favor de la legalización de la marihuana

Cuando, en 2012, el gobierno de José Mujica discutía la legalización de la marihuana en Uruguay, Vargas Llosa publicó este artículo, en el que explicaba que todos los esfuerzos por impedir el consumo y el comercio de drogas han sido inútiles y, en muchos casos, de efectos terribles para las sociedades:

El problema de la droga ya no sólo concierne a la salud pública, al descarrío de tantos niños y jóvenes a que muchas veces conduce, y ni siquiera a los terribles índices del aumento de la criminalidad que provoca, sino a la misma supervivencia de la democracia. La política represiva no ha restringido el consumo en país alguno, pues en todos, desarrollados o subdesarrollados, ha seguido creciendo de manera paulatina, y sí ha tenido en cambio la perversa consecuencia de encarecer cada vez más los precios de las drogas. Esto ha transformado a los cárteles que controlan su producción y comercialización en verdaderos imperios económicos, armados hasta los dientes con las armas más modernas y mortíferas, con recursos que les permiten infiltrarse en todos los rodajes del Estado y una capacidad de intimidación y corrupción prácticamente ilimitada.

[La marihuana sale del armario. Artículo completo, aquí]