Pasajero Miércoles, 20 septiembre 2017

Contra la «caballerosidad»

BeFunky Collage

Angélica Motta vs. Luis Solari / Marilú Martens vs. Idel Vexler / Melissa Peschiera vs. Erick Osores

En todas las publicaciones que he visto hasta hoy sobre el piropo de Idel Vexler a Marilú Martens, aparecen comentarios que justifican el gesto triple del ministro (piropo, apretón y beso) como una galantería, una caballerosidad, una forma tradicional de halago que, vamos, quién puede ser tan exagerado de calificar como machista.

No es la primera vez, por supuesto. Hace poco, a Melissa Peschiera le dijeron, entre otras cosas, descortés por rechazar al aire un abrazo de su compañero de trabajo. También hace poco, a la antropóloga Angélica Motta la acusaron de lo mismo por negarse al beso en la mano que Luis Solari quería imponerle (cuando ella ya había rechazado uno en la mejilla).

Descorteses, malagradecidas, poco humildes, creídas, exageradas, feas de mierda.

Entonces, si hay tanta, pero tanta gente realmente convencida de que, en nombre de la caballerosidad, está bien hablar de la apariencia física de una mujer, o tocarla contra su voluntad, y encuentra en cambio maleducado que una mujer rechace esas manifestaciones, entonces, digo, quizás deberíamos empezar a hablar de la caballerosidad como un problema.

Y creo que es más complicado hacerlo en tanto es mucho más común a todos los hombres. Aunque las tasas de violencia física y psicológica contra mujeres siguen siendo todavía muy altas, es evidente que nadie (nadie, digamos, en cuya inteligencia quepa alguna esperanza) podría defender abiertamente que está bien golpear o torturar psicológicamente a una mujer. Sin embargo, es más difícil que los hombres (y tantas mujeres) reconozcamos en nuestro comportamiento diario (modales y costumbres, frases hechas y formas de interactuar) que allí también, en esas reacciones casi automáticas, aparentemente inofensivas, se perpetúan conductas machistas.

Solo un ejemplo. Muchos medios rebotaron las declaraciones Vexler, posteriores al piropo, como “disculpas”. A ver, ante lo que hizo, Vexler dice lo siguiente: “Si la señora Martens, por una muestra de gentileza, de afabilidad, se ha sentido incómoda, le presento mis disculpas públicas”. ¿Esas son disculpas reales? No, es una forma de trasladar la responsabilidad de la ofensa a la persona agraviada: no importa lo que dije, que no es más que una muestra de amabilidad; si PARA TI la amabilidad es ofensiva, bueno, me disculpo.

Cualquier acercamiento al feminismo (y aquí se acaba el post para quienes lo consideran un lastre) nos demuestra que no basta con no violar, no golpear y no matar para extirpar de nosotros el machismo: como mucho, no seremos criminales. El proceso implica abrir los ojos sobre las otras cosas que nos rodean: las tareas que compartimos en casa, el lenguaje que utilizamos, los chistes que nos hacemos, etcétera. Eso es lo más difícil precisamente porque es nos pasa a todos: estamos acostumbrados a ello. De allí que quien cuestiona actitudes como las de Vexler parece exagerar: vamos, qué tanto lío, si es lo más normal. Exacto. Es lo más normal. Y debería dejar de serlo.

No hay ninguna razón para hacer comentarios sobre la apariencia de las mujeres (cuando no los han pedido), pero los hacemos igual e, incluso, pensamos que eso mejora nuestra imagen ante ellas. No hay ninguna razón para abrir puertas, ceder asientos, pagar cuentas, pero también lo hacemos, convencidos de que eso nos suma puntos (¿?). ¿Quiere decir que actuamos así solo cuando queremos algo más que una relación “cordial” o una amistad? No lo creo.

No tiene sentido, porque si volteamos la situación, a los hombres no nos hace falta que las mujeres nos engrían de esa manera para que encontremos en ellas a personas agradables, inteligentes, amables: gente que podría ser amiga nuestra. Basta con que sea eso, ¿no?: amable, inteligente, leal, etcétera. ¿Por qué, entonces, creemos que no son ESAS características las que buscan las mujeres en nosotros?

Por qué la caballerosidad. O mejor: para qué.

Decía que no hay ninguna razón para hacer por otra persona lo que perfectamente puede ella hacer por sí misma, pero me equivoqué. Claro que hay una razón: la cortesía. La cortesía permite abrir las puertas a todos, encender los cigarros a todos, pagar las cuentas a todos. A todas y todos. Gran valor el de la cortesía, tan pervertido por la caballerosidad.

_____________________________________________________________________

Puedes leer:

Regina Limo sobre el abrazo frustrado de Erick Osores

Fátima Toche Vega sobre por qué está mal hablar sobre la apariencia de una mujer (especialmente si este comentario ocurre cuando a. ella no te pidió tu opinión, y b. se encuentran en un contexto laboral)