Pasajero Lunes, 11 noviembre 2019

No, leer no nos hace mejores personas

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1.

El esnobismo de la lectura se ha impuesto sobre cualquier otro: leer da estatus. En la actualidad, es casi imposible que alguien reconozca, en público y sin ninguna vergüenza, que no le gusta leer. No ocurre lo mismo, por ejemplo, con las matemáticas. Sin problemas aceptamos que no nos gustan; algunos incluso vamos más allá: alardeamos de no saber siquiera resolver las operaciones más elementales. Y no pasa nada, nadie nos mira mal. ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué es humillante reconocer que no nos gusta leer y, en cambio, resulta hasta divertido admitir que no sabemos multiplicar?

2.

¿Es por el valor de ambas habilidades en el mercado? No parece probable. Las humanidades (el conjunto de profesiones donde leer constituye la actividad central) están en crisis hace demasiados años. Es muy reducido el porcentaje de humanistas que, gracias a su trabajo, pueden asegurarse la estabilidad económica y, sobre todo, el ascenso social. La lectura no es una actividad rentable: no regalan los libros, no pagan por leer y, salvo excepciones, ni siquiera los escritores profesionales pueden vivir exclusivamente de los libros que venden.

Entonces, no es la plata.
Entonces qué.

3.

En Contra la lectura, y sobre el mantra de que «leer nos hace mejores personas», dice Mikita Brottman:

«Todo este empeño en recrearnos sobre hasta qué punto los libros nos hacen mejores ha convertido la propia idea de «lectura» en positiva en sí misma, junto con reciclar, meditar y reducir el consumo de carbohidratos. […] Una vez que asignamos un valor intelectual al acto en sí, no solo pasamos por alto la naturaleza del propio texto, sino que convertimos en universal y unidimensional algo que en esencia es un proceso de participación privado».

La supervaloración de la lectura puede resultar peligrosa. Terraplanistas, antivacunas, negacionistas del cambio climático, neonazis, incels, homófobos, conspiranoicos en general, todos ellos leen. Leen muchísimo. Y, lamentablemente, no les faltarán libros, investigaciones y links que confirmen sus sospechas: el papel y la internet lo aguantan todo. Sus conferencias, charlas y publicaciones están llenas de citas, noticias de último minuto, investigaciones que resultan incontestables porque no están hechas para ingresar al debate sino para zanjarlo. Por mucho que corra, ningún verificador de datos va tan rápido como las fake news ni tiene tanto rebote. La imagen que queda es que los conspiranoicos han hecho su tarea: gracias a la lectura, tienen pruebas.

4.

Tampoco son mejores personas quienes, en vez de devorar noticias falsas, dedican su vida a la lectura de los clásicos, la investigación científica, la escritura de libros o el dictado de clases. Profesores, investigadores y escritores pueden ser refinados e intensos lectores y, a la vez, personas despreciables, presumidas, prepotentes, crueles e intolerantes. En muchos casos, en vez de suavizar sus defectos, la lectura los acentúa, e incluso parece autorizarlos: «Es insoportable, pero nadie sabe tanto sobre esto como él». En mi experiencia como estudiante, me he encontrado con más profesores despreciables mientras más avanzaba en mi formación académica. Pocos en el colegio, muchos en la universidad y uno de cada dos durante el posgrado.

5.

La lectura podría ampliar nuestra visión del mundo, sensibilizarnos e incluso hacernos cambiar de opinión (digo «incluso» porque ahora ya nadie parece capaz de cambiar de opinión). Podría transformarnos, por supuesto que sí. El problema es que podría, asimismo, conseguir exactamente lo contrario: fortalecer nuestros prejuicios y facilitar argumentos que los validen. Y mientras sigamos endiosando a la lectura, cualquiera que la practique podrá usarla como justificación para desdeñar a quienes lean menos o no lean.

Ninguna actividad (leer o viajar, por ejemplo) puede transformarnos contra nuestra voluntad. Si no tenemos la disposición de aprender, si no estamos abiertos a revisar nuestras ideas, el ejercicio de la lectura puede resultar estéril y hasta peligroso. Lo mismo ocurre con nuestro comportamiento: leer no nos hará más amables, más empáticos y más generosos, a menos que estemos dispuestos a encontrar, en la lectura, razones para ser mejores con nuestro entorno.

6.

Y esas últimas cualidades, la bondad y la generosidad, e incluso la amplitud de mente, la tolerancia y la empatía pueden aprenderse sin recurrir a la consulta de ningún libro.