Pasajero Jueves, 8 noviembre 2018

Dónde está la gracia

No hay nada más aburrido que explicar un chiste: si no se entendió, ya fue, no hay vuelta atrás. Explicarlo es quitarle la gracia. Además, el humor tiene varias formas de manifestarse (elaboradas, absurdas, físicas, groseras, naif, etcétera) y es obvio que no todas tendrán el mismo efecto en una persona. Que un chiste no nos haga reír no significa que sea malo: en muchos casos, simplemente no funcionó con nosotros. Como decía una publicidad para el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires: “Si no es para vos, no es para vos”.

Sin embargo, y a riesgo de matar el chiste, a veces quizás sea necesario intentar explicarlo. Voy a poner tres ejemplos relacionados con el humor, que han cobrado vigencia en los últimos días, porque creo que sirven para probar un punto: a veces no sabemos de qué nos estamos riendo, o de quién, o por qué, y nos ayudaría mucho reflexionar sobre esas preguntas, aunque de momento se arruine el chiste (que, por otro lado, en muchos casos ya nacía muerto).

1. Fiesta temática “Trabajos de gente pobre”

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El primero lo conocí gracias a la cuenta de Twitter Blankitos out of context. En este último Halloween muchos chicos y chicas se disfrazaron, entre otras cosas, de migrantes venezolanos, vendedores ambulantes y empleados de Tambo. No estamos hablando de niños que se disfrazan de bomberos o astronautas, es decir, los disfraces no manifestaban el germen de una vocación, y tampoco parecían responder a la falta de tiempo o de recursos (incluían camisetas estampadas, gorros e indumentaria). A los jóvenes probablemente la idea les resultó, por lo menos, divertida: si un disfraz no da miedo ni es ingenioso, si no es sexy ni enigmático, si no es un homenaje a un personaje histórico o de ficción, la única alternativa que le queda es ser divertido, ¿no?

La pregunta sería, entonces, ¿qué hay de divertido en disfrazarse, por ejemplo, de vendedor ambulante?

Tampoco puede pasarse por alto el detalle de que esos chicos y chicas solo podrían ser vendedores ambulantes o repartidores de pizza si se disfrazan, porque el mundo al que pertenecen prácticamente los ha librado de considerar a esas posibilidades. ¿De verdad querían burlarse de la gente pobre? ¿Maquinaron cada detalle con la intención de humillar a las personas que no usan esa vestimenta como disfraz sino como uniforme? Estoy seguro de que no fue así, y quizás ese el problema: no se dieron cuenta. Es probable que no se dieran cuenta de que podían ofender a alguien con sus disfraces, pero no me refiero a eso. De lo que no se dieron cuenta es que disfrazarse de gente pobre les parecía divertido.

2. Benjadoes y el gatito

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El caso de Benjadoes es interesante: todavía no tiene 19 años y, solo en YouTube, ya cuenta con más de 390 mil seguidores. Su carrera como youtuber parece prometedora. Hasta hace poco, solo había visto un video suyo, “Eta waa es Perú”, su versión “paródica” de This is America de Childish Gambino: me aburrí y no entendí muy bien qué parecía tan divertido entre quienes compartieron su video en redes. Volví a saber de él hace unos días, cuando se le acusó de “incitar al maltrato animal” por simular, en una historia de Instagram, que estrellaba a un gatito contra la pared.

A partir de un hilo de la periodista Manuela Camacho, he visto más videos de Benjamín Doig. Sigue sin parecerme divertido, pero ahora ya me resulta preocupante. Hay un video al que originalmente tituló “Técnicas de violación”; en otro llama cabro a un hombre porque no acosa a una mujer; en otro (que saqué de Blankitos) se manda una lista de sugerencias de disfraces: para pobres, para negros color puerta y para perritas. El combo racismo-clasismo- machismo-homofobia está completo, pero ni siquiera así resulta comprensible su éxito. Es decir, repetir chistes machistas es la vieja confiable del humor nacional, pero en su caso ni siquiera es que tengan una estructura o sigan alguna lógica: cualquier persona en cualquier circunstancia podría repetirlos. ¿O es su forma de hablar la que le genera tanto éxito? Porque esa mezcla de acento pituco-argentino-barrial, rellena de putamadres, no es especialmente novedosa. Creo, más bien, que es un problema generalizado al que se enfrentan los youtubers de humor peruanos: a) todos quieren dar la impresión de tener calle, b) es muy difícil dar la impresión de tener calle, y c) la mayoría de ellos, en efecto, no la tiene.

Aunque intento concentrarme solo en la razón de su éxito, no puedo dejar de pensar en otro detalle que señala Manuela Camacho: el público al que se dirigen los videos de Benjadoes está compuesto por chicos muy jóvenes, especialmente varones y menores de edad. Que los adolescentes estén obsesionados con el sexo es absolutamente comprensible, pero crear y alimentar fantasías de acoso y violación es una forma burda desde el humor, y peligrosa desde cualquier otro aspecto, de satisfacer las necesidades del público.

Ah, y perdonen, pero esto no es humor negro ni ácido ni nada. El humor negro puede ser cruel, hiriente y ofensivo (ya dice el viejo chiste que el humor negro es como las piernas: hay niños que las tienen y niños que no), pero, en principio, es humor.

3. Jefferson Prince Vásquez y cómo golpear a una mujer para que no participe de Ni Una Menos

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El caso del cómico ambulante Jefferson Prince es bastante más delicado por la elocuencia de sus palabras. En un monólogo suyo, que ya fue retirado en Youtube, dice cosas como

Estas mujeres quieren dominar. Todo por culpa de esa cojuda de Lady Guillén que sacó su Ni Una Menos, carajo. […] Oye, ya no les puedes mandar ni un piropo, están más protegidas que nosotros. Tú le mandas un piropo: acoso sexual, amigo. […] Doce años preso, solamente por un piropo. Mejor la violo y queda en diez. […] Salió la marcha Ni Una Menos, a estas cojudas ya no les podías decir nada. Mi mujer se achoraba. […] Llegó el día de la marcha, ¿tú crees que hizo mi desayuno? Nada. No hizo mi desayuno, no lavó mi ropa. […] Le saqué su mierda, amigo. Y no fue a la marcha. Y de verdad, ese día, había una menos.

La Defensoría del Pueblo elevó un reclamo y la Fiscalía ya abrió una investigación contra el cómico, que hace unos días hizo un “descargo” en redes: “Yo también doy consejos [a las mujeres]. O sea, no solamente vean el lado malo sino también vean el lado bueno”. Ese es otro problema. Los mejores cómicos ambulantes, como Tripita o Tornillo, tenían secuencias que, aunque llenas de humor, estaban pensadas para “educar” a su público. Sus monólogos en los programas de televisión, cuyas emisiones tienen casi veinte años, a veces perseguían ese objetivo: generar consciencia, invitar a la reflexión. No hay nada en lo que dice Jefferson Prince Vásquez en ese monólogo que sea un llamado a la consciencia. No solo se burla de una iniciativa como Ni Una Menos, sino que incluso reivindica la violencia física y sexual como una forma de “control” sobre las mujeres. Y cuando da “consejos”, siempre son del tipo “mamita, cásate con un hombre bueno, que tenga plata”.

***

La preguntas, de nuevo, son las mismas que al principio: ¿de qué nos estamos riendo? ¿De quién? ¿Qué nos parece tan gracioso? Puede un chiste machista o racista nos parezca gracioso. Puede que sí. Pero el éxito de su efecto en nosotros no hace al chiste menos racista o menos machista. Puede también que nosotros no nos consideremos ni machistas ni racistas ni xenófobos, pero si nos reímos de chistes que lo son, deberíamos volver siempre a la misma pregunta: entonces, ¿de qué nos estamos riendo?