Pasajero Martes, 31 octubre 2017

¿Y si el problema es eso que llamamos “sentido común”?

Maritza-García

Congresita Maritza García, hasta hace poco presidenta de la Comisión de Mujer y Familia y en el Congreso. Foto tomada de Radio Cutivalú

Piense lo que quiera, pero piénselo.

Fernando Savater

Phillip Butters, en el programa radial más escuchado de las mañanas, entrevista a una mujer víctima de agresión, y se cansa de repetirle las mismas preguntas: ¿Dónde estaba tu marido? ¿Ya le contaste a tu marido? ¿Qué piensa tu marido? ¿Qué hubiera hecho él?

Apenas juramentada como ministra de la Mujer, Ana María Choquehuanca declara que su gestión “no tendrá un sesgo feminista”. Cuando a Mónica Delta, periodista estrella de Latina (el canal de la campaña “Nos Hacemos Cargo”), le dijeron que era necesario aumentar el número de feministas para combatir la violencia de género, ella respondió en un tuit que eso “no se trata de feministas ni machistas”.

Cuando todavía era presidenta de la Comisión de Mujer y Familia del Congreso, Maritza García dijo lo que ya sabemos: que una mujer NUNCA debe decirle a su pareja “te estoy traicionando” o “me voy” porque eso puede provocar, sin querer queriendo, que el hombre la asesine.

¿Qué tienen en común estas personas? Que hablaron o actuaron de acuerdo a lo que les dictaba su sentido común. Si esos han sido los resultados, algo deberíamos decir al respecto, ¿no?

El sentido común es, en teoría, la “capacidad de entender o juzgar de forma razonable”. En teoría, claro: todos creemos estar haciendo eso cuando hablamos intuitivamente sobre cualquier cosa. En la práctica, sin embargo, el sentido común es menos interesante: se compone del conjunto de ideas, prejuicios, refranes, tablas de valores, consejos y máximas que heredamos de nuestro entorno, y que activamos para reaccionar ante determinadas situaciones. Cuando ocurre un imprevisto, cuando nos vemos obligados a hablar de un tema sobre el que no tenemos mayor preparación, es nuestro “sentido común” el que responde por nosotros.

Hay tres problemas en todo esto. El primero es que el sentido común es una trampa: nos hace creer que llegamos a él a través de ideas propias, concebidas luego de reflexionar mucho sobre un tema, cuando en realidad solo estamos reproduciendo ideas establecidas en nuestro entorno. No pensamos: repetimos.

El otro problema es que nuestro “sentido común” es una mierda.

Veamos: en el Perú un montón de gente cree que las protestas son para vagos y resentidos, que los derechos humanos son una cojudez, que los derechos civiles pueden discutirse más tarde, cuando ya se hayan resuelto los «temas urgentes». Muchas personas creen que el delincuente bueno es el delincuente muerto, que el pobre es pobre porque quiere, que la cultura es irrelevante en el mejor de los casos, y peligrosa en el peor (a menos que «eduque en valores»). Y tenemos mayorías desoladoras a favor de la mano dura, la represión policial, la militarización de las calles y la pena de muerte.

Hablando del caso específico de la violencia de género, la cosa es igual: el sentido común dice que el primer deber de una mujer es hacerse respetar. No importa cuál es el significado de esa expresión, siempre que la culpa recaiga sobre la mujer: su ropa, sus gestos, sus gustos, sus formas de diversión, su sexo, su oficio, su voz y su silencio; todo será usado en su contra.

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Mónica Delta en Twitter

No está bien pegarle a una mujer, por supuesto, pero a veces, solo a veces, esa violencia (ya lo decía la congresista) es “provocada” por las víctimas. Asimismo, nadie tendría que tolerar ese maltrato. Por eso, si una mujer vuelve con su agresor, entonces queda claro que no hay remedio porque a ella le gusta el golpe.

El mismo sentido común dice que feminismo rima con machismo así que debe ser lo mismo que este, pero al revés: un proyecto de sistema, imaginado por un grupo de locas resentidas, que buscan violar y matar hombres, subordinarlos y hacerlos invisibles.

El tercer problema tiene que ver con quién encarna el sentido común y quién lo reproduce. Phillip Butters es el ejemplo más evidente: cada vez que dice algo, suele apoyarse en el inmenso respaldo que recibe (y aun con el excesivo amor propio que se tiene, hay que decir que en eso no miente). Su estilo consiste en “decir aquello que todo el mundo piensa pero nadie se atreve a decir”. ¿Ha leído algo sobre violencia de género? ¿Ha investigado un poquito antes de abrir la boca? Es evidente que no, pero no hace falta: sabe que al otro lado hay mucha gente asintiendo a cada afirmación suya.

Ocurre lo mismo con quienes (como la congresista García o la ministra Choquehuanca) tienen a su cargo la revisión o ejecución de políticas que busquen reducir la violencia de género. Ocurre lo mismo con el equipo de un canal que, por propia iniciativa, ha decidido realizar una campaña que afronte la violencia contra la mujer. Para cumplir con esas responsabilidades, no basta con nuestro sentido común.

Al contrario, quizá la primera tarea en todos esos casos sea empezar por allí. ¿Por qué no revisamos aquello que creemos lógico, fijo, ya explicado? Puede que, en esa búsqueda, encontremos más de una sorpresa. Porque por muy común que sea a todos la violencia de género, para trabajar en su erradicación no basta con lo que sabemos o creemos saber: hay que prepararse.

Y, por cierto: el feminismo y el enfoque de género, esos dos supuestos monstruos ideologizados que buscan lavarles el cerebro a nuestros hijos, son precisamente lo contrario: herramientas para cuestionar lo establecido, plantear otras posibilidades y generar iniciativas de cambio. Miren, por ejemplo, esta clase: