Pasajero Domingo, 14 mayo 2017

#DíaDeLaMadre: 10 mamás adoptivas

Para celebrar el Día de la Madre, decidimos hacer un homenaje a nuestras «madres adoptivas», aquellas figuras tutelares a las que recurrimos para consultar dudas, modelar nuestra consciencia o guiar nuestra vida.

No nos referimos a madres adoptivas reales, sino a aquellas mujeres que no conocemos personalmente, que incluso han muerto mucho antes de que nosotros naciéramos, pero cuyas ideas, obras o personalidad han contribuido a que ahora seamos quienes somos: han sido para nosotros un modelo de conducta, un punto de reflexión para conocernos mejor, un estímulo y un consuelo. Es decir, son por extensión nuestras mamás, y a ellas queremos dirigirnos hoy.

Les pedimos a diferentes amigas y amigos que escribieran sobre sus mamás adoptivas. Aquí están sus homenajes.

BeFunky Cnbollage

Collage de Utero.pe

Madonna

Un homenaje de Fátima Valdivia*

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Madonna retratada por Vanity Fair

Cuando estaba en el colegio, Madonna fue la primera mujer que yo vi hablando abiertamente de su cuerpo y de sexo. La primera que yo vi hablando de su cuerpo y de su vida sin pelos en la lengua. Tocándose el cuerpo, masturbándose, riéndose de la iglesia. Su libro Sex fue el culmen de todo. En mi barrio no se hablaba de eso, mucho menos en mi familia. Así que durante muchos años me quedé pegada con su imagen. Luego vino mi feminismo y también mis propios referentes locales. A pesar de que ahora hay cosas que no me gustan de Madonna, ella me sigue pareciendo paja por cómo habla sin pelos en la lengua sobre su vida, su cuerpo y las discriminaciones que (ella también!) siente.

*Fátima Valdivia es antropóloga, feminista y abortera

Gillian Flynn

Un homenaje de Diana Chávez*

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La escritora Gillian Flynn

«Conocí» a Gillian Flynn en la librería de algún aeropuerto el 2012, al leer la contratapa de Gone Girl y abrazarme al libro con furia. Esperé la película por dos años y mientras tanto devoré sus otras dos novelas: Dark Places y Sharp Objects. Siempre me gustaron las novelas de suspenso, pero la (aún breve) producción de Flynn es diferente por dos razones: primero, porque es una escritora joven, feminista, y todos sus personajes protagónicos son mujeres. Y en segundo lugar, por la profundidad en la construcción de sus protagonistas, todas de mediana edad, todas profundamente perturbadas, rotas, con asuntos pendientes, llenas de temores, de inseguridades y de traumas. Todas oprimidas por un sistema siempre presente, que espera hacer de ellas madres perfectas, esposas perfectas, hijas perfectas, hermanas perfectas. Flynn no tiene miedo de decir con todas sus letras todo lo que pasa por sus cabezas y es precisamente por eso que ha construido los personajes más escalofriantemente humanos y cercanos que he encontrado. Sus protagonistas buscan, en medio de todo tipo de miserias, sobrevivir el día. Y cómo les cuesta. Ese es probablemente el mayor mérito de Flynn para mí: sin importar el estado calamitoso en el que se encuentren, cada mujer en sus obras es lo suficientemente importante para ser la protagonista de su propia historia.

*Diana Chávez es Coordinadora de Proyectos en la Asociación Civil Transparencia. Estudió Derecho y se especializó en Derecho Electoral y Parlamentario.

Rosa Parks

Un homenaje de Orlando Sosa Lozada*

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Rosa Parks se niega a ceder el asiento a una persona blanca.

Cada vez que pienso en el concepto de madre, se me viene a la mente la imagen de una mujer fuerte que lucha para allanar el camino de sus hijas/os para que puedan vivir con mayores oportunidades que ella, y como afroperuano me resulta inevitable que las primeras imágenes que vengan a mi mente sean de mujeres afrodescendientes, gracias a las cuales mi generación vive en mejores condiciones que antes.

Entre las diversas mujeres afrodescendientes que asumo como mis madres y ancestras, considero esencial resaltar a Rosa Parks, la madre de la lucha por los derechos civiles de la población afroestadounidense, cuyo acto de rebeldía –que le costó la cárcel– problematizó las dimensiones de la segregación racial en los Estados Unidos, principalmente en el Sur.

La tarde del 1° de diciembre de 1955, la ciudad de Montgomery en Alabama se convirtió en la cuna de la lucha por los derechos civiles cuando Rosa Parks decidió no ceder el asiento del bus a una persona blanca, porque más allá del cansancio físico existía un cansancio por ceder ante las injusticias y decidió desobedecer a todo un sistema racista. Este acto desafiante, que la mandó a la cárcel, se convirtió en el gatillo que cuestionó el racismo estructural e impulsó una lucha que ha vuelto al mundo un espacio más habitable para las personas afrodescendientes y que inspira a seguir luchando para que las siguientes generaciones encuentren menos desigualdades.

Rosa Parks es una madre y ancestra que me inspira y me guía en mis luchas, conocer su historia me invita a renovar constantemente mi compromiso con mis convicciones y me enseña que en un contexto de injusticia, la desobediencia es necesaria. Las mujeres desobedientes trascienden en la historia, y son las madres de las/os que creemos y luchamos por un mundo más justo.

*Orlando Sosa Lozada es marica, afroperuano y feminista interseccional. Estudió Economía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, se dedica a la investigación, la educación comunitaria, la incidencia política y al activismo por la defensa de los derechos humanos, con énfasis en los derechos de la población afroperuana y LGBTIQ.

bell hooks

Un homenaje de Lis Arévalo*

LA HORA DEL TÉ

Collage de la escritora bell hooks

Lo primero que noté al llegar a California es que yo era aquí una “mujer de color”. El proceso para comprender lo que esto implicaba no fue fácil, pero me acompañó bell hooks, así, con su nombre sin las mayúsculas normativas; con sus palabras sencillas, reconfortantes, precisas; con su amable crítica al mundo que siente y al de las ideas. Lo primero que me dijo al leerla fue que El feminismo es para todos. Con este libro, bell hooks me reconfortó en un tiempo de gran inestabilidad. Esta escritora afroamericana, a quien me gustaría abrazar alguna vez, viajaba conmigo en el tren a diario y me animaba a tomar decisiones o a defender mi mundo de “mujer de color” en este país extraño. Sigue hasta hoy recomendándome libros, presentándome a otras escritoras “de color” como yo, ayudándome a repensar mi trabajo en el aula, ofreciéndome más certezas…

Llevo en el bolso ahora su Enseñar para transgredir: la educación como práctica de libertad. Es un conjunto de textos escritos para profesores enamorados de su trabajo, también como yo. Me impresionó el capítulo en que bell hooks discute con Gloria Watkins sobre su gran admiración por Paulo Freire: sus dos yos conversan sobre la importancia de aprender a cuestionar todas las ideas, incluso las propuestas por quienes transformaron nuestro pensamiento. Creo que esa es la labor mayor de una buena madre: enseñarte a cuestionarlo todo, incluso a ella misma. Me gustan las madres que no te enseñan a obedecer a ciegas y que te enseñan cómo andar sola, que te dicen que el mundo tiene que llegar a ser anti-colonial, crítico y feminista. Aunque Eli y Panchita, que me regalaron la vida, están lejos allá en Lima, aquí me acompañan, en una lengua que no es la mía, muchas madres «de color» como bell hooks, mujeres que graban sus voces poderosas en mi memoria y en mis proyectos. No sé si a todas les guste la idea de que las llame «madres», pero les agradezco que me sigan enseñando a caminar, a pensar y a sentir.

*Lis Arévalo es literata sanmarquina y profesora feminista.

Justine Frischmann

Un homenaje de Teresa Rivas Ugaz*

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Toda mi vida quise ser la padawan de alguna mujer que hable de lo que no se habla, que se vista de forma andrógina, que no soporte que alguien le diga lo que tiene que hacer con su cuerpo y su destino, que tenga esa elegante sorna propia de una educación privilegiada y de ser consciente de que el mundo está lleno de idiotas pretenciosos que creen saber más que tú y… que además no sea madre. Nadie te toma en serio cuando eres adolescente y dices que no te interesa sobrepoblar el planeta, y por ello sentí la necesidad de saber que no estaba sola y que hay mujeres fascinantes que son felices sin hijos, tal como sé que lo seré.

Justine Frischmann es esa mujer. La adoro desde la primera vez que vi el video de Stutter, pues la mujer que había creado en mi cabeza como el epítome de lo cool existía, y era inglesa, hija de un sobreviviente del Holocausto, que quiso estudiar arte en lugar de arquitectura, amasó millones en cuestión de meses y unos años después renunció a todo. Su banda, Elastica, no encajaba en el mainstream britpop: tres de los cuatro miembros eran mujeres (el baterista siempre al fondo y calladito), sonaban punk/new wave, las canciones eran brevísimas y nada pretenciosas, y las letras hablaban de la disfunción eréctil del novio borracho, tener sexo en carros, y la anhedonia. Damon Albarn le dijo a su entonces novia que ya que ella «había demostrado ser su igual y ya no tenía nada que probar», deberían formar una familia, porque su infelicidad se debía a que ella «quería tener hijos pero no lo admitía». Chau Damon (Hello Tender, dijo él). Yo no soportaría que mi novio o quien sea me diga semejante rocaza. Justine no lo soportó, y la relación se terminó de ir al tacho. Después Elastica se fue al tacho. Pero Justine supo cerrar ciclos, y se mudó al desierto californiano con su marido, un profesor de meteorología, y pinta todos los cuadros que no pudo mientras su banda se exprimía en agotadores tours a mediados de los noventa. A sus 47 años es feliz sin hijos y sin vivir en el pasado. Y yo la sigo adorando.

*Teresa Rivas Ugaz es estudiante de periodismo en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Actualmente trabaja en una empresa de comunicación creativa.

J.K. Rowling

Un homenaje de Miguel Flores-Montúfar*

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En el verano de 2016 estuve en Orlando, en el parque de Universal Studios que recrea tanto el colegio Hogwarts como el Callejón Diagon. Al estar allí, en esa réplica del mundo de Harry Potter, no hubo un solo minuto en que dejara de repetirme, maravillado: todo esto salió de tu cabeza, mamá Rowling.

Y claro: lo que cuesta estar allí, las colas y los dólares y el maldito mercado. Sin embargo, si uno presta atención, puede rastrear el origen de esa industria a muchos años y muchos kilómetros del parque, en un pequeño departamento en Leith, Edimburgo. Allí, una joven inglesa ha perdido casi todo: su mamá padece una enfermedad atroz, que la matará dentro de poco; carga en brazos a una niña, fruto de un matrimonio que se rompió apenas a los dos años de iniciarse; vive de la ayuda social y pelea contra una depresión que la lleva, incluso, a pensar en el suicidio.

Esa es Joanne Rowling. No tiene nada salvo una esperanza, que es también un disparate: contar la historia de un niño que, al cumplir los 11 años, se entera de que es mago, y uno además famoso, que la vida de mierda que ha llevado hasta ahora no es la suya y que, a partir de entonces, todo va a cambiar. Ese es Harry Potter, y ese primer libro, que Joanne escribe al borde del abismo, será todavía rechazado por 13 editoriales antes de ser publicado.

No creo en la autoayuda pero sí en la función salvadora de la literatura: para quien la hace y para quien la consume. No ocurre en todos los casos pero a veces ocurre. Cuando estuve en Orlando, con miles de personas de diversos orígenes y edades, de pronto lo entendí: todo esto existe porque alguien nos contó una historia. Y por eso quiero aclarar: la salvación para Rowling no fueron el dinero ni la fama, sino precisamente la posibilidad de contar esa historia. Ella también, como Harry, le plantó cara a la muerte, y desde allí, cuando ya no cabía esperar nada, se lanzó al abismo. Y entonces abrió las alas.

*Miguel Flores-Montúfar es comunicador y profesor universitario.

Whooppi Golberg

Un homenaje de Suiry Sobrino Verástegui*

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En mi colegio, durante la primaria, todos los años se celebraba el “Talent show”, un evento en donde los alumnos presentaban números artísticos en inglés. Grease fue uno de los musicales más recurrentes del evento, y aunque siempre deseé obtener el rol protagónico, el papel de Sandy siempre estuvo reservado para las niñas de cabello castaño. No era coincidencia, y aunque apenas era una niña la tenía clara: no importaba cuánto ensayara, ni lo bien que memorizara la letra, ese papel no podía ser mío. Cuando ya me había resignado a ser solo parte del elenco del baile por un año más, alguien propuso preparar una nueva temática para el musical: Cambio de hábito. La imagen de Whoopi Goldberg era familiar para mí, en casa de mi abuela siempre se encontraba un cassette de alguna película de ella, así que ese mismo día me propuse lograr interpretarla. Sin tener que pasar por muchos filtros, el papel de Deloris Van Cartier fue mío, como lo deseaba.

Era mi primer protagónico y la transformación no fue difícil, podía lucir el cabello desordenado y esponjoso como realmente lo tenía, lo único que usé fue un lápiz labial oscuro que mi mamá me compró, y, claro, el disfraz de monja. Cambio de hábito no es la mejor película, pero ayudó que una niña como yo por fin pudiera soñar con ser la protagonista, tal cual era: ni más rubia ni más lacia.

Después de ese día, Whooppi Golberg se convirtió en un referente para mí, porque no era la típica protagonista americana: era divertida, transgresora, talentosa y sobre todo, era como ella quería ser. Algo que no podía identificar en muchas de las actrices de la época; a ella, en cambio, la sentía auténtica: en su piel, en su cuerpo, en su voz, en sus gestos. Con el tiempo la dejé de lado en mis recuerdos, pero qué bien se siente revivir esa pequeña esperanza que significó ella en mi vida.

Suiry Sobrino Verástegui es comunicadora especialista en género y medios digitales.

Carmen Clemente Travieso

Un homenaje de Mariana Libertad*

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Cuando nací, Carmen Clemente Travieso tenía 74 años, es decir, biológicamente, no hubiera podido ser mi madre, y aunque falleció en enero 1983, cuando yo acababa de cumplir los ocho, nunca tuve la oportunidad de conocerla. A pesar de ello, desde la primera vez que leí un texto de su autoría experimenté una sensación irreversible: con sesenta años de distancia, yo quería dedicar mi vida a lo mismo que ella había dedicado a la suya. Doña Carmen fue la primera mujer graduada de periodista en la Universidad Central de Venezuela, la primera mujer integrante del partido comunista y una defensora acérrima del derecho al voto de las venezolanas, pero -por encima de todo eso- fue una mujer que destinó años de su vida a pensar qué significaba ser mujer en América latina. Además de sus columnas en diarios y revistas, fue autora de una biografía de Luisa Cáceres de Arismendi y de otra, sobre Teresa Carreño; escribió el libro Mujeres venezolanas y otros reportajes; publicó un texto sin par titulado Las luchas de las mujeres venezolanas. También creó una colección de pequeñas biografías que llevaban por nombre Mujeres de la independencia; y, poco antes de llegar a los ochenta años, publicó La mujer en el pasado y en el presente. Carmen Clemente Travieso fue una madre que se encargó reconstruir un pasado a las latinoamericanas y también fue un modelo a seguir para todas las mujeres que escriben sobre mujeres que escriben.

*Mariana Libertad es profesora del Departamento de Humanidades de la PUCP, investigadora especialista en Estudios de género y Pensamiento feminista latinoamericano

RuPaul

Un homenaje de Regina Limo*

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RuPaul es RuPaul cuando recién te enteras de su existencia. Luego ves Drag Race, el reality de su creación, con nueve temporadas en el aire, y se te van pegando sus modismos, sus frases, sus términos, la jerga de las drags, el reading…

Para muchas de sus chicas, así las llama, es más que un sueño, es la consagración de un arte marginal cultivado por marginales. Las drags, las travestis, las mujeres trans en general ocupan el último escalafón de la jerarquía LGTBI: no son “decentes” ni masculinos. Encima de todo, gozan, celebran la feminidad, transitan alegremente entre los géneros. Hacen de la transgresión un arte. RuPaul tuvo buen ojo para reconocer su potencial. Nadie hubiera dado un dólar por un show de locas que no fuese de corte paródico. Pero RuPaul lo logró. Ya tenía fama, fortuna, singles en la radio, video con Elton John, foto con Kurt Cobain, show propio, invitaciones a programas. Le faltaba ayudar a chicos como él, a chicas como ella. RuPaul, negro, homosexual, afeminado, travesti, lo había logrado. Le faltaba continuar la tradición de las madres drags (graficada en Paris is burning). A falta de familia biológica que las había repudiado, las drags vivían su marginalidad conformando nuevas familias, donde las más veteranas acogían a las novatas y les enseñaban los secretos de la vida. Por eso RuPaul’s Drag Race no es solo un concurso drag: es la reivindicación de los marginados, es el sueño americano apropiado por sus hijos parias: negros, latinos, pobres, rehabilitados, mujeres trans.

En el programa, RuPaul se pasea por el workroom de las drags aconsejándolas, animándolas y todas beben de su experiencia. Todas son bienvenidas a su familia: las blancas, las negras, las jóvenes, las mayores, las chicas grandes, las pequeñas… Imposible seguir el show sin identificarse con sus palabras, en especial la pregunta del final: “Si no puedes amarte a ti misma, ¿cómo demonios podrás amar a alguien más? ¿Me dan un amén?”, mezclando la tradición creyente con la complicidad de las drags. Entonces RuPaul deja de ser RuPaul, y se convierte, para nosotros, en Mama Ru. Amén.

*Regina Limo es dramaturga, guionista, feminista y columnista en utero.pe

Marie Curie

Un homenaje de Fátima Toche*

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Mi madre adoptiva es Marie Curie. A pesar de que en mi calidad de abogada su labor científica como experta en física y química escapa a mi día a día e incluso a mi entendimiento, su influencia en mí ha sido permanente desde que conocí a mayor detalle su biografía. Ser mujer y haber ganado dos premios Nobel en ciencia en la primera década del siglo pasado ya es suficiente mérito para mi amor y devoción, sin embargo, es una foto de Marie a la que mi mente se dirige con frecuencia en busca de inspiración y determinación. Me refiero a la foto del Congreso Científico de Solvay de 1911 en el que se observa a Madame Curie en una larga mesa siendo la única mujer rodeada de 23 hombres blancos en un salón del Hotel Metropole de Bruselas. Mientras esos distinguidos caballeros posaban con su mejor ángulo a la cámara, Marie no perdía el tiempo en banalidades y no quitaba la mirada de un documento en el que seguramente se hallaba su nuevo reto científico. Esa imagen de mujer siendo pionera y exitosa en un ámbito antes vedado, enfocada en sus metas profesionales y arrebatándole a la vida, y en su caso la historia, el reconocimiento que merecía, es lo que la constituyen en un referente de vida constante.

*Fátima Toche es abogada especialista en Nuevas Tecnologías y Negocios Internacionales, docente universitaria y columnista de la sección Mujer 21 del Diario Perú 21