Pasajero Miércoles, 1 marzo 2017

Cosas del género (III): La escuela, los deportes y los estereotipos

*Continuamos con la tercera parte de COSAS DEL GÉNERO. Ya hemos hablado sobre la influencia de la imaginación (juegos, juguetes y ficciones) y de los rituales (matrimonios, quinceañeros y baby showers). Los testimonios de hoy hablan sobre cómo nos determina la escuela: ese espacio que, incluso antes del nuevo Currículo Escolar, ya intervenía en nuestra vida y la cambiaba. Hablaremos también sobre los deportes, cuyas diferencias de género son muy marcadas especialmente en los años escolares.

La escuela como fábrica de estereotipos   

Escribe: Alexandra Hernández Muro*

Ocho horas diarias de nuestras vidas, durante nuestros años de formación, las pasamos en el colegio, donde se nos asigna un pantalón o una falda, y una forma de ser que nos marca de por vida.

En los 7 años que trabajé en programas para prevenir la violencia, pude comprobar que la discriminación por género, orientación sexual y el racismo (mucho más cuando vienen de la mano) son las formas de violencia más complicadas de revertir. La razón fundamental es que están normalizadas, especialmente por las figuras de autoridad que consideran que los niños y las niñas vienen al mundo con un cuerpo sexuado que los predispone a ser diferentes (como puede consultarse aquí). Que si las niñas son más delicadas, que no pueden hablar lisuras, que su cuerpo es un templo y que deben cuidarlo hasta el matrimonio. Que si los niños no deben llorar, que es normal que todo lo lleven a los golpes o sean hiperactivos, y que, en cambio, algo anda mal si les gusta pintar, bailar o no quieren jugar fútbol.

Las niñas aprenden a tener culpa de sus cuerpos, culpa de sus sentimientos y placeres. Los niños aprenden que deben demostrar todo el tiempo que son hombres (no mujeres, no femeninos) ocultando todo rastro de delicadeza o sentimentalismo. Como los seres humanos no somos hombres ni mujeres de por sí, sino que nos construimos según un espectro de género, influenciado por un cóctel único de hormonas, cromosomas, cerebros, cultura y aprendizajes, se nos presiona para encajar en un molde binario que no es natural.

Es falso que los hombres y mujeres tengamos cerebros diferentes (puede consultarse aquí) y que las diferencias que vemos día a día sean producto de este molde “natural”. La realidad es que nacemos naturalmente diversos en un espectro de posibilidades y nos forzamos a vivir roles estereotipados (puede consultarse aquí) que alteran nuestra libre expresión y que nos hacen vulnerables a discriminación cuando no cumplimos sus normas.

En los testimonios a continuación, se hace evidente cómo la escuela nos imprime una forma de ser (o intenta hacerlo) y cómo desde pequeños luchamos interminablemente por mantener nuestra esencia. Sin embargo, la presión social nos marca una pauta muy complicada de negar, y para muchos de nosotros, esto significa ocultar nuestras identidades y expresiones por miedo al rechazo y a la discriminación.

*Psicóloga feminista y activista LGTBI

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Ilustración de Javier Chinchay Ríos. Su trabajo también puede verse en Blackrat.

DIANA QUIÑONES: En Educación para el Trabajo, me dieron a escoger entre Cocina y Costura

En primero de secundaria, en un colegio estatal de Ventanilla, nos hacían llevar cursos alternativos de educación para el trabajo. Las opciones eran carpintería, cocina, costura y computación. Como me matriculé avanzado el año, se me ocurrió inscribirme en computación. A las pocas semanas, me sacaron del curso, porque ese curso era solo para varones, y me obligaron a escoger entre costura y cocina, cursos en los que no había chicos.

Llevé como 4 clases de cocina y me cambié de colegio.

Lo bueno es que no me perdí de nada: el curso de computación era solo teórico porque alguien se había robado las computadoras.

TERESA RIVAS UGAZ: Cómo te revientan con eso de «ustedes, futuras madres»

1) Las monjas de mi cole no querían poner una cancha de fútbol (teníamos un canchón de pasto reseco horroroso) porque “ese es deporte de hombres”. Ahora que el cole es mixto creo que ya hay cancha de fútbol.

2) Una profe nos dijo en primero de secundaria que «el hombre llega hasta donde la mujer lo permite».

3) Otra profe nos decía «ustedes futuras madres de familia blablablá», no puedo explicar cuánto odiaba mi corazoncito anti-natalista a esa vieja.

MALU RAMOS: La profesora nos dijo: «Las mujeres no pueden jugar al fútbol como los hombres porque se pueden golpear los senos»

Jamás se me va a borrar de la cabeza este episodio de mi adolescencia. Tenía 14 años y estaba en tercero de secundaria. La primera hora de todos los lunes se llamaba Formación Humana (cuánta ironía, ahora que lo pienso). Esta clase consistía básicamente en pasar 45 minutos con tu tutor, hablando de nada. Pero bueno, esto sucede, casualmente, en una época en la que mis amigas y yo comentábamos que nos sentíamos particularmente incómodas con algunos tratos que, como mujeres, recibíamos (no ahondábamos mucho en el tema porque desconocíamos aún la magnitud del asunto. Eran comentarios cargados, más que nada, de frustración). Por ejemplo: si un chico salía con muchas chicas era un “ganador”. En cambio, si una chica salía con muchos chicos era una “zorra”.

El punto es que en esta clase estábamos comentando sobre las olimpiadas del colegio, si mal no recuerdo. Entonces, la profesora hace el siguiente comentario respecto del mal juego del equipo: “jugaron como niñas”.

A mi amiga y a mí nos molestó mucho y lo comentamos solo entre nosotras. Sin embargo, la profesora nos escuchó y reaccionó con el típico “¿algo que compartir con la clase?”. Nosotras no quisimos hablar pero ella insistió y, bueno, nos obligó.

Yo le dije que me había molestado su comentario, que entendía perfectamente que su intención no era esa pero que para nosotras era inevitable no encontrarlo ofensivo. La profesora, primeramente, se rió y, luego, se molestó porque, según ella, mi reclamo no tenía sentido. Yo le respondí que encontraba lógico, como mujer, molestarme cuando se asume que soy naturalmente mala para alguna actividad solo por ser mujer. Luego de esto, se inició un diálogo intenso pues la profesora intentó dar excusas para defender lo que había dicho. La última de ellas fue, y cito “bueno, pues, no lo quería decir pero tú me obligas. Las mujeres no pueden jugar al fútbol como los hombres porque se pueden golpear los senos.” Lógicamente, yo no acepté esta última excusa ni ninguna de las anteriores porque -DUH!- ¿acaso los hombres no tienen genitales que pueden golpearse también, si es que esa es la limitación?

A esto, la profesora respondió llamándome terca porque yo “no quería entender razones y así no se podía hablar”. Aquí terminó el intercambio y la clase continuó por unos minutos más hasta que la profesora decidió preguntarme sobre un borrador, creo (sí, así de banal). A lo que yo, con la sangre en el ojo, respondí “no sé, profesora, lo que usted diga, usted siempre tiene la razón”. Acto seguido, silencio sepulcral. Ni mis compañeros ni la profesora ni mucho menos yo creímos lo que acababa de decir. La profesora me miró fijamente, luego me dijo que era una malcriada y que estaba muy decepcionada de mí. Terminó la clase y nadie habló más del tema.

Por mucho tiempo, me sentí muy mal por este episodio. Me dije muchas veces que había exagerado y que mejor me hubiera quedado callada. No se lo comenté ni a mis papás porque me sentía avergonzada. Después de mucho (mucho) tiempo, entendí que solo lo último fue innecesario, tal vez. Comprendí que yo tenía el derecho y, por qué no, la obligación de reclamar ante algo que encontraba ofensivo no solo contra mí sino contra todas las mujeres y que no porque fuera común decirlo, significaba que estuviera bien.

Me hubiera gustado en ese momento tener toda la información que tengo ahora, hubiera podido manejar la situación de una mejor manera. Siento que hasta podría haber generado una conversación con el resto de mis compañeros y discutir situaciones de prejuicio y estereotipos que veíamos y experimentábamos todos los días y que por fin esa clase le hiciera justicia a su nombre, pero como la figura de autoridad del salón hizo de todo menos escucharme, era difícil esperar que mis compañeros lo hicieran.            

NATHALY VERGARAY: ¿Qué enseñan en el colegio sobre la sexualidad y el amor?

Desde el colegio me dicen que no soy nada femenina… no sé a qué se refieren con ‘ser femenina’. No uso tacos, no uso aretes, no me peino, no me maquillo, no uso vestidos (bueno, por este verano en que me achicharro, sí). Nunca entendí ese discurso de ‘no eres nada femenina, compórtate como una señorita, no andes con los chicos porque pueden pensar mal, no uses el cabello chiquito’ (me llevaron a la psicóloga en el colegio porque a los 16 años me rapé el cabello porque quería tenerlo parado).

En mi colegio de mujeres había tres hombres: no podíamos jugarnos con ellos… Los retiros espirituales eran una tortura. Nos hablaban del sexo y del aborto como si fuesen los ‘pecados más grandes’. Nos colocaban imágenes tan fuertes para chicas de 15 y 16 años…

Teníamos una profesora de literatura que era de la San Marcos, quien nos hacía ver las cosas muy diferentes a lo que nos enseñaban en el colegio: iba un poco contra “los ideales” de las monjas… por eso la retiraron. Ella nos hizo leer “El túnel” y nos dejó como tarea analizar al protagonista, Juan Pablo Castel… la mayoría se enamoró de él y justificaban lo que hizo: asesinar a la mujer que amaba. Amor masoquista, le dicen.

En el 2005, cuando estaba en tercero de secundaria, jugamos a las ‘parejas’ con las chicas del salón (un colegio de mujeres). Habíamos escrito en un papel quiénes eran las parejas de cada una… un juego sano, de amigas, de hermanas que nos conocemos desde los 5 años… La directora nos llevó a la psicóloga, nos dio una charla intensa de dos horas en la que nos explicó que dos mujeres no podían amarse, no podían ser parejas… porque ‘Dios’ y la ‘sociedad’ no lo permiten, es pecado, está prohibido, está mal, nosotras estamos MAL por decirle te amo a una chica, por decirle que era ‘mi esposa, mi enamorada’ a mi compañera.

Nos prohibieron hablar del tema, nos castigaron, buscaban a una ‘culpable’, a la que comenzó todo… Nunca nos hablaron de sexo, nunca nos hablaron de respetar a las personas por su orientación, simplemente nos dijeron que eso ESTABA MAL… y, bueno, cada vez que nos reunimos, lo tomamos como una anécdota, nos mofamos de ello y nos ponemos a pensar ‘qué carajos le pasaba a esa monja (directora, psicóloga) para decirnos que dos personas del mismo sexo no se pueden amar’.

SUIRY SOBRINO VERÁSTEGUI: Tres sexismos en la escuela

1. Tenía 12 años y estaba en 1° de secundaria. A una muy buena amiga mía le gustaba un chico, pero al chico no le gustaba mucho ella. Un día nos enteramos de que el chico, después de clases, se fue con otra chica del salón, que no era tan popular como mi amiga. Para «vengar» a mi amiga, recolecté firmas para hacerle «la ley del hielo» a la chica que lo único malo que hizo fue salir del colegio con el chico. Yo no sé cómo, a los 12 años, ya estaba asumiendo un comportamiento machista que, sin duda, dañó a una chica que no había hecho nada malo.  Me imagino cuántas niñas están siendo violentadas solo por ser mujeres, en estos momentos, por sus compañerxs. Somos nosotros, los adultos, los encargados de NO transmitir más estos prejuicios.

2. Tenía 16 años, estaba en 5to de secundaria. En uno de esos días en los que ya no se hacía nada, porque ya estábamos en época de exámenes, unos compañeros se acercaron a mi carpeta para pedirme unos stickers que me habían regalado. Para mi mala suerte, todos los que se acercaron eran hombres. Aunque su intención era solo que yo repartiera los stickers, la profesora, al ver esa escena, se molestó mucho. Se levantó y me increpó por «haber permitido que los hombres estén detrás de mí». La profesora no se molestó por el desorden, no se molestó con los chicos que eran los que a, diferencia de mí, no estaban en su sitio. Se molestó conmigo por permitirlo.

3. Estaba en 5to de secundaria y en toda la secundaria había desfilado por Fiestas Patrias como brigadier, pero como ese era mi último año me propusieron ser brigadier general. Es decir, sería la encargada de abrir el desfile, Me emocioné, le comenté a mi mamá y ambas compramos el cordón dorado que me correspondía. A los pocos días, el regente de mi grado se me acercó y me comentó que no podía serlo porque, lamentablemente, era un puesto reservado para un hombre. Esto, años después se corrigió y mi colegio ya permite brigadieres mujeres.

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Dice Suiry: «En la imagen, el chico que SÍ FUE brigadier general. Yo, atrás». Foto de su archivo familiar

TANIA TORRES: No te dicen que  no te pelees «porque está mal pelearse» sino porque «una niñA no se porta así»

Cuando tenía cinco años me gustaba jugar con carros con mi amigo del nido. Nunca me dijeron nada (felizmente). No recuerdo nada negativo respecto a esto.

Luego, a los 8, me dijeron machona varias veces porque me agarré a trompadas con un par de niños. Nunca me dijeron: «Hay otras maneras de resolver la pelea». No. Siempre fue, «las niñas no se portan así». No entendía. Mi manera de reaccionar era como la de cualquier otro niñO (en masculino) que no sabe cómo controlar el enojo. Patea y quiere pegarle al otro. Además, era a mí a quien que regañaban. Esto me pasaba en el colegio.

A los 10, un niño no me quiso prestar su trompo… y se lo quité. Me llamaron la atención. Otra vez, no me dijeron que esa no era la manera de actuar. La profesora me dijo: “¿acaso eres hombre para querer jugar con el trompo?” Si bien tenía 10 años, recuerdo que pensé que su argumento era estúpido. «¿Cómo que no puedo jugar con el trompo porque soy mujer?». Luego fui donde este niño y le dije LLORÓN.

Las cosas que más me marcaron pasaron en el colegio, porque ahí es donde uno pasa la mayor parte del día. En ambos casos, fueron las tutoras, las que están contigo todo el tiempo, quienes me reprendieron. No importaba si usaba falda en vez de pantalón, si tenía el pelo largo, etc. Bastaba con que me gustara un elemento masculino para que ellas se alarmaran y dijeran: así no se porta una mujer.

ERIKA RODRÍGUEZ

En mi cole también había esa diferenciación: carpintería y electricidad para los chicos; mecanografía (que luego fue computación) y corte y confección para las chicas. Después de que salí de ahí, cinco años más o menos, recién las chicas ya podían elegir electricidad o hacer sus propias mesas.

YUKITO TSUKISHIRO

Típico en el colegio que te obliguen a jugar fútbol en todas las clases de educación física. En las clases de formación laboral fue peor: me pusieron en carpintería cuando yo no tengo nada que ver con las herramientas; en cambio, hubo solo un bimestre en que llevamos costura y me encantó.

El fútbol, el vóley y sus contenidos simbólicos

Escribe: José Antonio Calderón*

Para entender cómo es que el fútbol aparece como agente que define lo masculino debemos entender que la identidad de género del individuo se irá construyendo de acuerdo a la percepción que este tenga del mundo durante los primeros años de su vida. Durante este proceso comprenderá las diferencias existentes entre hombres y mujeres, las cuales pueden ser de naturaleza biológica y de carácter social. Mientras aprende las diferencias entre hombres y mujeres, el individuo masculino entenderá que tales diferencias están marcadas por los sistemas de género (sistemas binarios que oponen el hombre a la mujer, lo masculino a lo femenino, y esto, por lo general, no en un plano de igualdad, sino en orden culturalmente jerárquico). […]

[Norma Fuller] menciona que el lenguaje del fútbol, “plagado de referencias al dominio, control y posesión de las mujeres y al rechazo a la sexualidad homosexual pasiva, produce y reproduce la cultura masculina.” (Fuller 1997: 118)

[…] Se concibe al voleibol como exclusivo de las mujeres, de la misma manera que el fútbol lo es para los hombres, por lo que si un hombre practica tal deporte es muy probable que sea considerado poco masculino.

[…] Sin embargo, el interés femenino, tanto activa como pasivamente, por el fútbol ha existido casi al mismo tiempo que ha existido dicho deporte, incluso desde lo que varios consideran como los orígenes asiáticos, pasando también por cierta participación bárbara en los festivales de la Europa medieval, luego su entrada a los internados de mujeres en el siglo XIX, con el surgimiento del fútbol moderno. Ha existido, solo que de manera restringida, e incluso vetada […]

Por tanto, la designación de lo masculino en el fútbol y de lo femenino responde más a razones de carácter simbólico que a razones de carácter funcional al tipo de práctica de acuerdo a las características de cada deporte. Por lo tanto la práctica de tal o cual deporte de ninguna forma va a determinar la identidad de género del individuo ni estará restringida a un solo sexo.

*José Antonio Calderón es antropólogo. Estos fragmentos pertenecen a una síntesis, elaborada por él mismo, de su tesis de licenciatura. La síntesis completa se encuentra aquí.

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Ilustración de Javier Chinchay Ríos. Su trabajo también puede verse en Blackrat.

GABRIELA OPORTO PATRONI: Me dijeron que las mujeres no juegan fútbol «porque así lo dispone Dios»

Cuando tenía ocho años, decidí que quería ser futbolista (y, sin pecar de vanidosa, era buena jugando). Mi mamá me dijo que no podía porque desarrollaría piernas «de hombre». Y cuando la monja me vio jugando fútbol con los chicos, ya en secundaria, me dijo que las mujeres no debíamos jugar fútbol porque «así lo dispone Dios».

Una más, en el nido, los niños recibían clases de karate y, las niñas, de ballet. No preguntaban cuál preferías, te asignaban la clase según los genitales que tenías.

CARLOS FALVY TALAVERA: «No le vayas a pegar muy fuerte, es una chica» me dijeron

Cuando era chico, practiqué kick boxing en la Villa Deportiva del Callao. Me gustaba mucho, y me quedaba entrenando a veces con los chicos mayores. Una vez, al ser mucho más grandes los chicos que yo, para entrenar un combate simulado, el profesor me hizo pelear contra una de las chicas que, según recuerdo, debe haber sido de mi tamaño. El profesor me dijo: CON CUIDADO, NO LE VAYAS A HACER DAÑO PORQUE ES UNA CHICA. El resto de chicos, igual: me recomendaban que tuviera cuidado porque iba a practicar con una chica. La cosa es que, al final, LA CHICA ME DESTRUYÓ, me pateó tan duro como cualquier otro chico mayor.

YOLANDA ARAUJO: ¿Acaso los deportes tienen género?

Ya en la secundaria jugar vóley o fulbito era una práctica constante en mi colegio de mujeres. Siempre nos reuníamos a la salida y nos juntábamos en el parque de la casa de una amiga a jugar fulbito entre nosotras, íbamos con todo y nos divertíamos como  chanchos. Jugar vóley también me encantaba y para eso sí entrenaba con la selección del cole, pero para mí eran actividades sin género, solo eran deportes divertidos.

ESTEFANÍA CORTEZ

Era bastante frustrante no poder tener una cancha de fútbol en buenas condiciones. Más aún cuando ya estábamos en secundaria. Era triste solo poder usarla para otros deportes menos para fútbol femenino (yo optaba por jugar con los niños de primaria cuando se podía). A pesar de que amé mi tiempo jugando básquet en Adecore, la falta de oportunidad en los deportes siempre estuvo presente.

SILVANA MALDONADO MELGAR: Soñaba con una pelota de fútbol, y me trajeron una… de vóley

Siempre me ha gustado el fútbol y lo jugaba (creo) medianamente bien. Eso hasta terminar el colegio. Pero cuando era niña, en mi casa no gustaba la idea de que yo jugara ese «deporte para hombres». Nunca me olvidaré que cuando juntaba mi álbum de Súper Campeones, ¡me tocó un vale por una pelota de fútbol! Fue casi como sacarme la Tinka, porque de otro modo nunca iba a tenerla, nadie me la compraría.

Mi mamá se llevó el vale para canjearlo y al día siguiente regreso del trabajo con una pelota… ¡de vóley! No tengo nada contra ese deporte, me encanta verlo, pero soy pésima jugándolo. Cuando le reclamé, me dijo que ya no les quedaban pelotas de fútbol. Pero nada, pelota era pelota e igual jugué con esa. Y nunca paré… hasta terminar el colegio al menos.

MARTÍN CANALES: Uno juega fútbol, a veces, para defenderse

Hace poco vi un video en el que Ricardo Morán hablaba de su experiencia en el cole y menciona lo del fútbol. Eso me hizo recordar que, de chibolo, me encantaba pelotear y tenía cierta habilidad; en serio me gustaba… pero siempre, aparte de querer ser peloterito machito niño peruano (que es la lógica pues)… sabía, con cierta consciencia, que ser bueno en fútbol era una tabla de salvación.

Yo era chato, puesto como ejemplo por los profes, primeros puestos y catolicón… Y siempre tuve temor a que me hicieran mierda o a que me incluyeran en el grupo de los lornas.

Ahora de adulto, de forma consciente, sé que eso me ayudó un huevo, que me protegió… y a veces pienso que en el fondo yo lo sabía: no tenía otra…

Será por eso que no extraño taaaanto el fútbol (por la hernia ya no juego)….o que me ha resultado tan fácil desapegarme de este (el campeonato local es mediocrísimo)… Extraño la actividad física, el correr, el exigirte y ser bueno en una competencia… pero en sí no tengo amor o cariño al fútbol o fulbito.

Siempre pienso que yo hubiera sido un líbero de la puta madre en vóley, pero nunca jugué.

MARIANA LIBERTAD: Me dijeron que «una mujer que tiene amigos hombres se quedará sola, porque ellos no la verán como pareja sino como amiga»

Soy una apasionada seguidora del béisbol (un deporte muy popular en Venezuela, mi país) y eso no siempre fue bien visto. Recuerdo (y me da risa) que una vez alguien de mi familia me dijo que realmente no me interesaba ese deporte, sino que yo decía eso por llamar la atención.

Como tenía (y sigo teniendo, solo que ahora estamos lejos) un grupo de amigos con quienes nos reuníamos a ver los juegos del Magallanes, otra persona me advirtió (y se trataba de una persona a quien adoro y cuyos consejos en otras áreas me resultaron interesantes alguna vez) que las mujeres que se hacían amigas de los hombres terminaban su vida solas, porque los muchachos no las veían como pareja posible sino como panas.

También recuerdo que tuve un noviecito a los 18 y su mamá me decía: «las mujeres podemos tomar juguito y hablar en la sala mientras ellos ven el juego». Estuve a punto de inmolarme, pero de pronto noté que, hiciera lo que hiciera, esa señora me iba a odiar, así que agarré mi tercio de polar y me senté a ver cómo lanzaba Juan Carlos Pulido.

GIULIANA VÁSQUEZ

Cuando estaba en el colegio, que en ese momento era de mujeres, yo era muy aficionada al fútbol. En 5to de secundaria se armó un equipo de futsal, ya que éramos varias a las que nos gustaba el fútbol. Ese año me acerqué a la profesora de educación física y le pregunté por qué no incluían fútbol en las olimpiadas y me dijo que no porque «eso es de hombres, si empiezan a jugar fútbol se van a volver más masculinas». 

TERESA RIVAS UGAZ

En el nido las niñas tenían que hacer ballet y los niños tenían que hacer karate. Por supuesto que cuatro años después me zurré en la noticia y llevé clases de karate con el mismo profe que dictaba a mis compañeritos.

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Teresa Rivas Ugaz: «Aquí pues, bailando al revés». Foto de su archivo familiar.

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Sobre la serie COSAS DEL GÉNERO:

*Los textos introductorios para cada eje temático pertenecen a Lis Arévalo, Alexandra Hernández y Regina Limo, quienes además trabajaron en la compilación y organización del material.

*Las ilustraciones específicas para cada post son de Javicho Chinchay Ríos, cuyo trabajo pueden ver en Blackrat.

*La idea original de esta serie de testimonios es de Mayra Pérez Márquez y Miguel Flores Montúfar

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PUEDES REVISAR:

-El Currículo Nacional 

La campaña de PROMSEX, «Educación con igualdad», que recoge testimonios escolares de diversas personalidades artísticas 

-La respuesta del procurador público a la acción popular presentada contra el Currículo Nacional

-¿Qué es la «ideología de género»?

-Pronunciamiento del ministro de Cultura sobre el Currículo Nacional