noticias , Pasajero Sábado, 21 mayo 2016

III Marcha por la Igualdad: La necesidad de seguir hablando de esto

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Afiche de la III Marcha por la Igualdad, tomado de Matrimonio Igualitario Perú.

Hoy es la III Marcha por la Igualdad (puedes revisar los datos del evento aquí). A diferencia de las dos marchas anteriores, que se dieron en contextos cercanos a debates en el Congreso (donde se discutía el proyecto de Unión Civil), el panorama actual es menos alentador.

Como recuerdas, el proyecto de Unión Civil fue rechazado. A eso hay que sumar que a partir del 28 de julio, independientemente de lo que pase entre Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski, tendremos cinco años de mayoría fujimorista en el Congreso. Mayoría absoluta. Ya sabíamos que, aunque prometieran cualquier cosa a la comunidad LGTB durante la campaña, no harían nada por ella (ni siquiera es mencionada en su plan de gobierno). Sin embargo, por si quedaban dudas, hace poco Keiko Fujimori firmó un compromiso CONTRA los derechos LGTB: no unión civil, no matrimonio igualitario, no adopción de niños por parte de parejas homosexuales.

En ese escenario, el colectivo que organiza las Marchas por la Igualdad ha decidido no retroceder. Al contrario. Ahora, su exigencia ya no es la unión civil (que a fin de cuentas era solo medio paso hacia la igualdad de derechos de pareja) sino el matrimonio igualitario (y así se llaman ahora: Matrimonio Igualitario Perú). Es una rotunda advertencia: pase lo que pase, no van a detenerse.

La marcha de mañana se inscribe en ese contexto: los que vamos sabemos que el futuro inmediato será de todas maneras adverso, y sin embargo le haremos frente avanzando.

La marcha, así como todas las iniciativas que se produzcan de aquí en adelante, me parecen una excusa perfecta para seguir hablando de esto. No es el inicio de la lucha, por supuesto, y de ninguna manera es el punto final. De ninguna manera. Sin embargo, y aún con el retroceso conservador que significa el poder fujimorista, en el tiempo que ha pasado desde que se presentó el proyecto de Unión Civil, a finales de 2013, y lo que estamos viendo ahora, algunas cosas parecen haber cambiado.

Más personas han salido a las calles a manifestar su apoyo, más personajes públicos han declarado su orientación, más medios tradicionales se han visto obligados a cubrir una noticia que, a fuerza de marchas y proyectos y debates, se ha convertido en un asunto de interés para la ciudadanía. Miles de personas han tocado por primera vez el tema en sus mesas familiares, han leído o publicado algo al respecto en sus redes sociales, han escuchado y opinado sobre esto en sus oficinas, aulas, borracheras, viajes, etcétera.

¿Cuál es el “tema”, “esto”, el “asunto” del que hemos estado hablando? Va mucho más allá de los proyectos mismos (unión civil y matrimonio igualitario). Son los puntos de partida en muchos casos, pero nunca se quedan allí: hablar de ellos implica, también, hablar del conjunto de derechos que no deberían negarse a ningún ciudadano, y también

  • de nuestra noción de los derechos como tales
  • del papel de la Iglesia en las decisiones del Estado o en la formación de nuestros niños
  • del Estado laico y del concepto de Estado laico
  • de la fe como herramienta de salvación personal y/o de condena del otro
  • del modelo de familia que insistimos en defender como el único posible
  • de cuáles son, realmente, las características y obligaciones de una familia, independientemente de cómo esté compuesta
  • de otras formas de discriminación, de otras luchas en otras épocas, de otros cambios que ahora nos parecen naturales pero que, en su momento, hicieron que la sociedad se espantara ante las amenazas contra la tradición
  • de la necesidad de asumir la tradición como algo que puede revisarse, cuestionarse y, si es necesario, eliminarse o modificarse, y no de una condena que debemos cumplir y repetir sin intervenir jamás en ella
  • de los estereotipos que retrasan nuestro desarrollo como sociedad civilizada
  • de la necesidad de elevar el nivel de la discusión, cualquier discusión, con información y argumentos
  • del peligroso parecido de los extremos
  • de los políticos que hemos escogido (ay)
  • de nuestros hijos y el país que queremos para ellos

y de muchos otros aspectos más.

En más de un caso, estas conversaciones se han visto interrumpidas o silenciadas por la presencia de alguien con quien la discusión puede hacerse complicada: la abuelita, el tío militar, nuestros papás, nuestro jefe, el líder del grupo, amigos a los que ya les caes quáker de tanto insistir en lo mismo, gente a la que queremos o respetamos, que en el fondo es o parece buena, y de la que en muchos casos depende nuestra tranquilidad espiritual, económica o social. Para callarnos ante ellos tenemos un rosario de explicaciones: la educación que tuvieron, la época en que crecieron, el tipo de vida que han llevado, la inutilidad de esta discusión, etcétera.

Todo eso puede ser cierto, pero no debe detener nuestra conversación. Mientras nosotros hacemos esa pausa, miles de niños crecen temiendo el desprecio de sus padres, o son llevados a traumáticas terapias que buscan “curarlos”, o se les margina como si fueran la vergüenza de la familia. Miles de jóvenes ocultan su orientación para no perder su trabajo, para no ser rechazados por sus amigos, para que sus padres no los boten de casa. Golpeados en el colegio, extorsionados por examantes, conscientes de lo que puede pasarles si se atreven a alzar la voz, para ellos salir del clóset es, en muchos casos, un trance decisivo que puede transformar su vida. No se me ocurre, en este momento, ninguna situación similar que sea común a la mayoría de heterosexuales. Ningún acto de coraje similar. Hablar del asunto aunque nuestra abuelita se incomode, aunque nuestros amigos se aburran, aunque nuestras discusiones con los comentaristas desconocidos parecen muchas veces no llegar a ninguna parte, no es, ni por lejos, un acto de valentía similar. Creo que ni siquiera es un acto de valentía: es lo que tenemos que hacer. Hablar del asunto, no renunciar a la discusión, no renunciar a dar nuestra opinión, no dejar de oponer argumentos contra argumentos. Es verdad que no hay avance sin marchas, sin visibilización, sin derechos reales, sin políticas reales de no discriminación: pero creo que todo eso debe ocurrir en paralelo a la conversación sobre el tema, que ni puede detenerse. Hablar aclara las cosas, profundiza en las cosas, cambia las cosas. Exactamente: hablar de las cosas cambia las cosas. Podemos empezar por ahí.

¿Y LOS NIÑOOOS?

Como se sabe, hay dos diferencias fundamentales entre el proyecto de unión civil y el de matrimonio igualitario. Uno es el cambio de estado civil en el DNI, debido a que el acuerdo que firmarán los contrayentes ante el Estado se llamará matrimonio, y establecerá los mismos derechos y deberes que el matrimonio tradicional. El segundo cambio se desprende del primero: los esposos podrán adoptar niños. Muchas personas que apoyaban (con entusiasmo o a regañadientes) el proyecto de unión civil, se han desembarcado rápidamente de la iniciativa, asustados porque meterse con los niños es pedir demasiado.

Ahora bien, cuando las personas se oponen a la adopción de niños por parejas homosexuales, yo no sé si actúan por ceguera o por franca maldad. Para darse cuenta de la realidad basta con abrir los ojos: las familias formadas (o inicialmente formadas) por parejas heterosexuales son, por muy lejos, las mayores productoras de pervertidos, corruptos, asesinos en serie y toda la gama imaginable de criminales. Allí es donde se encuentra la tasa más alta de padres violentos, padres violadores, padres que rompen a patadas los huesos de sus esposas, padres alcohólicos, padres que humillan, que mienten, que roban, padres que abandonan para siempre. Padres que alimentan a sus hijos en la codicia, la envidia, los prejuicios. Padres que encierran, que asustan, que limitan, que matan lentamente.

¿No es así, acaso? Todos nosotros lo hemos visto de cerca, o en nuestra propia familia o en las de nuestros primos, vecinos, compañeros de universidad, de colegio o de trabajo, en las noticias, en la calle: todos los días. Y eso, hasta donde sé, no nos ha hecho encender las antorchas para traer abajo el matrimonio heterosexual, ni negar su posibilidad de construir un hogar que se funde en el amor común y el deseo de mejorar las cosas. Es exactamente lo mismo. Y antes de que digas nada, recuerda que la homosexualidad NO es una enfermedad (no me importa si a ti te parece que sí: es lo que la ciencia ha demostrado), y que también está demostrado que la orientación sexual de los padres NO determina la orientación de los hijos (otra vez las estadísticas: ¿acaso queda alguna duda de que la infinita mayoría de niños gays y lesbianas provienen de parejas heterosexuales?). Es lo que está demostrado, ¿se entiende eso?

También está demostrado que lo único que realmente necesita un niño para crecer feliz (tanto como la alimentación y el cobijo) es el amor. Una familia real es la que ama, punto. Y si sabes todo eso, y sigues negándote a esa posibilidad, y hablas de tu fe, y dices que la familia tradicional y blablablá, bueno, recuérdalo: hay miles de niños que tienen frío y hambre, y que están solos, y que no tendrán quien los eduque en el amor, en el respeto a los demás, en la búsqueda de su felicidad. Gracias a ti.

***

*Este artículo es una adaptación de dos textos que publiqué en Nadie sabe mis cosas. Se encuentran aquí y aquí.

*Si eres homofóbico, es improbable que hayas llegado hasta aquí. Pero, si así fuera, bueno: caíste. Este no es otro más de los posts en que te pedimos que entres en razón. Si eso es lo que estabas buscando, aquí tienes:

Diez argumentos contra la homofobia para dummies, escrito por Regina Limo, la Reina Decapitada, y por mí

– Un megamix que recogía reflexiones, cifras, argumentos y testimonios contra la homofobia